Escribe Jorge Altamira
Un calco con los planteos de Cavallo.
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Si no el kirchnerismo, Cristina Fernández al menos, debería reconocer en el programa que Javier Milei remitió a la Justicia Electoral su propia genealogía política o grandísima parte de ella. El kirchnerismo es una corriente que fue cobrando forma cuando se rompió la alianza del Frente para la Victoria con la UCR y el ex vicepresidente de CFK, el mendocino Julio Cobos, debido a la llamada “crisis con el campo”. O sea, bastante después de que Néstor Kirchner se codeara con Hugo Chávez y empezara a pagar la deuda confiscatoria heredada de sus antecesores, mediante el “desendeudamiento”. El matrimonio Kirchner hunde su trayectoria política y sus contubernios económicos más atrás, en la década menemista, especialmente cuando Menem se puso bajo la tutela de Domingo Cavallo. La plataforma electoral de Milei, coincidentemente, se referencia precisamente en los planteos de Cavallo – en la etapa final de la dictadura, luego bajo el gobierno del riojano, finalmente con De la Rúa y Chacho Álvarez y todos los frepasistas que se han convertido al kirchnerismo. En el año 2000, Cavallo encabezó una lista en CABA con la prominente compañía de Alberto Fernández y su ‘círculo porteño’, entre ellos Jorge Argüello, el actual embajador de Argentina en Washington. La rotación de los políticos argentinos, como los de cualquier otro lado, se acomoda a las variantes contradictorias y a las crisis que caracterizan al capitalismo.
La plataforma de Milei está calcada, con la excepción sólo probable de la mercantilización de los transplantes de órganos, de los planteos de Cavallo. Milei lo ha reivindicado en numerosas oportunidades. Muy lejos del imaginario de un sujeto esquivo que cultiva la compañía de su hermana y sus perros, la plataforma de Milei hace oficial el intento de resucitar la vieja política que sustentó a Cavallo. Además de Carlos Kikuchi, el operador del ‘libertario’ que fungió de vocero de prensa del ex ministro de Economía, van sacando cabeza pretendientes ya jubilados, como Carlos Rodríguez y Roque Fernández, vice ministro de Economía y presidente del Banco Central del menemismo.
El régimen de conversión monetaria que introdujo Cavallo bajo Menem no fue sino una pseudo dolarización de la economía, que naufragó en dos ocasiones – una de la que fue rescatada, a fines de 1994, con la venia del FMI, y la otra, el golpe final, ya sin apoyo del Fondo. Fue suficiente la suba de las tasas de interés de la Reserva Federal para que una economía atada umbilicalmente al dólar saltara por los aires. Más cauto, Cavallo propone ahora desdoblar el mercado de cambios, en uno comercial y otro financiero. Por el financiero, las operaciones de divisas serían libres, con un tipo de cambio superior, pero que, con el tiempo, produciría un ingreso de divisas que equilibraría ambos mercados. Cavallo no propone, esta vez, una convertibilidad legal, sino la circulación legal de las divisas extranjeras en el mercado interno, como ocurre en la actualidad en Venezuela. Textualmente: “al dólar hay que permitirle que sirva como moneda” (El Cronista, 3/4/23). Milei ídem: promover “una competencia de monedas que permita a los ciudadanos elegir el sistema monetario libremente o la dolarización de la economía”. Esta vez la pérdida de autonomía monetaria es más completa que con la convertibilidad. Pero este planteo adolece de un espejismo más nocivo o catastrófico que el de hace tres décadas, cuando Cavallo sostenía que la convertibilidad era inexpugnable, porque cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas del Banco Central. Como los bancos invirtieron los depósitos en títulos de la deuda externa -en dólares- la imposibilidad de hacer frente al pago derribó los activos bancarios y los mismos depósitos. Como un dólar en Argentina no es lo mismo que en Nueva York, la dolarización no logrará evitar la fuga de capitales, del mismo modo que un peligro de impago de la deuda pública de Estados Unidos no podrá evitar la fuga al oro o a cualquier alternativa que cuente con mejor respaldo – como ha ocurrido reiteradamente. Un gran fondo de gestión europeo, Amundi, con una cartera de 2.1 billones de euros, anunció que se trasladaría a China.
La privatización en masa de empresas públicas tampoco la inventó Milei. Fue el gran negociado de la década de los 90, cuando fueron compradas con títulos de deudas al cien por cien de su valor, cuando cotizaban al 10 o 5% en el mercado. Lo mismo va con el planteo de disminuir “el gasto jubilatorio” y recrear las AFJP, cuyas inversiones en la deuda o en acciones no aguantaron el sacudón del 2001, pero fueron salvadas, junto a los bancos, por una resolución del Poder Judicial que reconocía un valor contable original a esos activos en lugar de su cotización en el mercado. Cavallo y Milei siguen un guion que ha entrado en crisis en todo el mundo, como se manifiesta en los fondos de pensiones de los países industrializados, que quedaron sin financiamiento o fueron a la quiebra, durante la crisis mundial de 2007/8, y recientemente con las subas y bajas de las tasas de interés, en especial en Gran Bretaña, pero también en Estados Unidos. La foja de servicios de las privatizaciones está repleta de estatizaciones ruinosas. Así fue como Cavallo inició su carrera en 1982, cuando estatizó la deuda externa de las compañías invertidas en Argentina. Como una dolarización inmediata implicaría devaluar el peso en varios miles por cientos, para emparejar el valor de la base monetaria con amplia con las reservas internacionales en existencia, Cavallo y Milei dibujan una “transición” que financie, con más deuda pública y externa, la formación de un activo de respaldo en divisas.
Sobre la privatización de empresas estatales, Milei evita mencionar a cuáles se refiere, por una razón poderosa: el bocado de cardenal de ellas es la mayoría estatal en YPF. Financieramente es apetitosa, porque su bajo valor en bolsa está acompañado con un buen flujo de fondos por el aumento del precio del petróleo y del gas y la valorización de las reservas de Vaca Muerta. Es el negocio del ‘godfather’ de Milei, Eduardo Eurnekián. Milei no se cansa de repetir que lo guían “valores”, pero son los del lucro privado y la explotación social.
En la misma línea de lo anterior se encuentran la ‘propuestas’ de arancelizar la salud y la educación. El planteo de eliminar la coparticipación federal será acompañado por su complemento institucional, que es abolir a las provincias mismas, agrupándolas en regiones. El propósito de esta eliminación es liberar la recaudación de impuestos nacionales para pagar la deuda pública nacional. Para que las provincias (e incluso los municipios) se “autofinancien” existen viejos proyectos, como establecer un impuesto a las ventas y a los servicios, al lado del impuesto al valor agregado. Es por ejemplo lo que hizo Rodríguez Larreta cuando estableció un impuesto a las tarjetas de crédito en CABA. Bajo el gobierno de Aníbal Ibarra (2000/6) se discutió en la Legislatura establecer impuestos de ‘importación’ a las mercancías del resto del país.
En materia laboral, el pre-candidato trumpista propone sencillamente reducir el status de los trabajadores registrados al de los trabajadores ‘en negro’. Todos iguales para abajo, lo que significa también el contrato individual y temporal. En estas condiciones, les dijo a los burócratas de la CGT que esta ‘reconversión’ les permitiría triplicar los afiliados a los sindicatos, sin añadir que la ‘reforma’ los haría innecesarios, salvo para ofrecer servicios sociales y turismo. Pero esto es lo que hizo Cavallo, bajo el menemismo, cuando las paritarias dejaron de ser convocadas con el pretexto de que no había inflación.
Aunque partidario fanático de Trump, propone lo contrario de lo que ha hecho su colega ideológico, aunque sólo en apariencia – la “apertura unilateral” al comercio internacional. Como ocurre con sus otros planteos, Milei pretende devolver a la vida las reliquias. El capitalismo transita por el proteccionismo, la guerra de monedas y la relocalización y repatriación de las cadenas de producción. En estas condiciones apunta a recolocar a Argentina bajo la tutela de Washington, en la confrontación internacional con China.
Obligado por la Justicia a presentar una plataforma, Milei se ve forzado al mismo tiempo a defender sus planteos de forma abierta y a poner a luz el aparato político que lo sostiene. Lo que tenemos es un Cavallo y un menemismo recalentados. Al mismo tiempo hace pública una plataforma fascista, como lo es la abolición de un gran trofeo del liberalismo histórico, la enseñanza laica, que, con la derogación del derecho al aborto, adhiere al clericalismo rancio. La rabieta personal y la capitalización de la bronca, confrontan ahora con un programa y con un aparato, o sea una ‘casta’. La prensa tradicional empieza a darle la espalda por temor al aventurerismo. El diario La Nación hizo una minuciosa denuncia del ‘trollismo’ de Milei en las redes; otros articulistas señalan que Milei se mostró desinflado en las elecciones provinciales. Lo que Gabriel Boric ha logrado en Chile, resucitar al pinochetismo con ropa civil, por su política de complicidad con el ajuste económico y la crisis social, el kirchnerismo parece lograrlo en Argentina, aunque con la salvedad de que Milei converge, por sí mismo, con una corriente del peronismo anticomunista y clerical.
Cristina Kirchner señaló en el día de ayer, en el programa Fácil de Domar, que el objetivo de su corriente es defender por lo menos un segundo lugar en una situación que definió como de tres tercios. En lugar de aprovechar la posibilidad que le ofrecía una hora y media de televisión para ir a fondo con una crítica a Milei, simplemente lo legitimó como una opción de poder. Una crítica radical a la plataforma de Milei pondría de manifiesto, sin embargo, todos los puntos fundamentales de coincidencias entre el conjunto de los partidos del sistema con esa plataforma. En primer lugar, la dependencia del capital financiero internacional y la superexplotación (“flexibilización”) de la fuerza de trabajo.
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