El día más caluroso de la historia del planeta fue alcanzado esta semana

Escribe Patricia Urones (Precandidata a Vicepresidenta)

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El día jueves se registro la temperatura global más alta en la historia del planeta Tierra. Fue, en promedio, de 17,23 grados Celcius, superando la marca de los dos días anteriores, que también venían rompiendo récords. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, la Tierra “vivió su tercer mayo más cálido en 174 años” con una temperatura promedio global que supero en 1,75° el promedio del siglo XX (noaa.gov, 14/06). Este aumento estremecedor de la temperatura global produce las olas de calor que se han registrado últimamente en Pakistán, China y México. El fenómeno El Niño, que ya se encuentra entre nosotros, es una de sus causantes al calentar la superficie del Pacífico ecuatorial. Pero fundamentalmente debe ser entendido en el marco del calentamiento global y del proceso de cambio climático al que asiste la humanidad. Según el Sexto informe del IPCC, aprobado en marzo de este año, la temperatura ha subido 1,1° más que en el período 1850-1900, produciéndose la mayor parte de este aumento entre 1970 y 2020.

El calentamiento global es adjudicado, tanto por las organizaciones climáticas de la ONU como por los Estados y muchas organizaciones ambientales, a la “acción del hombre”. Sin embargo, aunque el hombre existe en esta tierra, en estado de agrupamiento político, desde hace por lo menos 5.000 años, las evidencias científicas, sobre la base del análisis de las formaciones glaciares del Ártico, muestran una multiplicación de la emisión de carbono, principal responsable del calentamiento, a partir de la era industrial, cuando el capitalismo llegó a su madurez. En la era del capital, la planificación de la producción es llevada adelante por una clase social en base a criterios de renta. La burguesía lleva a adelante un emprendimiento productivo solo si éste es rentable. La renta no es asociable al criterio ambiental por el simple hecho de que el capitalista se desarrolla en un ámbito de competencia que no puede esperar a desarrollar y verificar los mejores criterios de uso de los recursos naturales. El intercambio entre el hombre en sociedad y la naturaleza es una relación compleja que debe ser minuciosamente analizada y constantemente transformada. Sirvámonos del ejemplo del recientemente aprobado Proyecto Fénix en las costas fueguinas del Atlántico Sur. Los estudios de impacto ambiental han sido aprobados por la Secretaría de Cambio Climático a la velocidad de la luz en la conciencia de que al Estado argentino le urge la entrada de divisas por exportación de hidrocarburos y al monopolio Total Austral S.A. le urge la puesta en producción de la plataforma off shore. Pero consultas hechas a académicos sugieren que es necesario el estudio riguroso del movimiento sísmico de la cuenca y de la fauna y flora marinas; la mayor proporción de oxígeno es aportada al planeta por la vegetación marina. Es esta prioridad del capital la que ha hecho fracasar la política de “participación ciudadana” en base a la búsqueda de “consensos sociales” promulgada por la ONU y reproducida por las “políticas públicas” ambientales de los Estados. También es la que ha hecho fracasar cualquier intento de cooperación mundial. Los acuerdos climáticos esconden nuevas formas de sometimiento de unos estados por otros.

La planificación de la producción en base al criterio de la renta, a nivel local o mundial, es la principal responsable de la crisis ambiental y de la humanidad. Es este criterio el que explica la contaminación de aguas y el deterioro de suelos a gran escala producidos por la siembra directa y la utilización de agroquímicos de un lado, junto a la contaminación de agua, aire y tierras y el aniquilamiento de paisajes por parte del fracking y la megaminería a cielo abierto de la explotación minera y petrolera.

La industria absorbe y desecha seres humanos a los cuales la superexplotación vuelve inútiles física y psíquicamente en 10 o 15 años. Los monopolios multinacionales devoran ecosistemas enteros: tres o cuatro capitales mineros, canadienses, australianos y norteamericanos, a los que ahora se ha venido a sumar China, engullen sistemas montañosos, mesetas y cuencas hídricas enteras. En estas condiciones, la crisis ambiental es la expresión de la rebelión de la naturaleza contra la dictadura del capital que todo lo destruye. La guerra de la OTAN contra Rusia, una guerra mundial que amenaza extenderse a China, agudiza esta crisis de la civilización bajo la amenaza de convertirse en una guerra nuclear.

Los récords de temperatura registrados esta semana han venido a recordar que la humanidad se encuentra ante el hecho concreto de la posibilidad de su extinción. Las guerras y la destrucción de la naturaleza, con sus secuelas de cambio climático, han devenido en muertes masivas de seres humanos por obra del enfrentamiento entre estados, pandemias, hambrunas u eventos meteorológicos extremos. Se hace necesario entonces transformar los criterios sobre los cuales se asienta la organización social de los seres humanos. Lo que tenemos sobre la mesa es la puja entre la pulsión de muerte, encarnada por la superexplotación de los trabajadores, la guerra y la destrucción del medioambiente por parte del capitalismo, y la pulsión de vida que solo puede ser encarnada por una organización social superior que priorice, ante todo, la vida.

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