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Antes del traspié político en el Senado, la 'semana económica' de Milei y Caputo había estado dominada por dos medidas que tomaron por sorpresa a los observadores financieros. La más notoria fue la decisión de bajar la tasa de interés que paga el Banco Central por el dinero que toma de los bancos privados –“pases”-. Al mismo tiempo, el gobierno eliminó la obligación a estos bancos de reconocer una tasa mínima a los ahorristas que ponen sus colocaciones a plazo fijo. Como consecuencia de ello, esa tasa de interés se desplomó al 70 % anual, lo que representa un rendimiento mensual que no llega ni a la mitad de la inflación presente. La reducción de los intereses, por lo tanto, implica una licuación de la deuda del Banco Central con los bancos privados; pero más fuertemente aún, es la pulverización de los ahorros privados colocados en pesos. A su manera, Milei-Caputo están cumpliendo con el pronóstico que tantas veces se formuló sobre la deuda del Banco Central –a saber, que ésta sólo podría eliminarse con un plan Bonex, o sea, con la confiscación de los ahorristas-.
Con vistas a la futura “competencia de monedas” que anuncia Milei, la reducción de tasas le asesta un golpe al peso argentino, pues promueve el traslado de colocaciones financieras de pesos a dólares, en sus diferentes modalidades. Como el gobierno carece de reservas suficientes para proveer a esa 'corrida', el resultado de la baja de tasas debía conducir a una suba de los dólares financieros y paralelos, que es lo que efectivamente ocurrió en los últimos días. El gobierno, en definitiva, actuó contra su propia orientación, que es la de “planchar” al dólar y favorecer un elevado rendimiento en divisas de las colocaciones financieras en el mercado argentino (carry trade).
A la luz de lo anterior, es claro que la leve recuperación del dólar –o devaluación del peso- de estos días ha sido promovida por el propio gobierno. Esta contramarcha se explica por las brutales distorsiones desatadas por la bicicleta financiera de estos meses: en primer lugar, el atraso cambiario y la inflación en dólares, que han anulado, virtualmente, el impacto de la devaluación sobre los precios (no sobre los salarios y jubilaciones, que han sido demolidos).
Es cierto que el gobierno podría contrarrestar la mayor demanda de dólares que resulte de un abandono del peso con los dólares de la cosecha gruesa. Pero el ingreso de ese “maná del cielo”, precisamente, entra en colisión con el atraso cambiario, y un posible almacenamiento de cereales hasta la llegada de otra devaluación. Esa decisión podría acentuarse, además, por la declinación de los precios internacionales. La reducción de la brecha cambiaria de estos meses–entre los dólares financieros y el comercial-, que el gobierno celebra todo el tiempo, ha fruncido el ceño de los exportadores agrarios, que reciben por sus despachos un mix entre uno y otro tipo de paridad (y consiguen por lo tanto una ventaja cuando el dólar financiero se dispara).
La deflación del dólar constituiría para el gobierno una victoria si, como resultado de ello, pudiera declarar enseguida la liberación del mercado cambiario (fin del cepo). Pero no cuenta para ello con un colchón suficientemente importante de reservas internacionales. Milei acaba de confesar esta imposibilidad, al asociar un eventual levantamiento del cepo con alguna una operación internacional de préstamo, sea del FMI o de fondos privados. Con la reducción de tasas, en definitiva, la política económica oficial ha girado sobre su propio círculo.
Por las mismas razones -la violenta inflación en dólares- el gobierno ha debido apartarse del libreto “libertario” y 'retar' a los productores y comercializadores de alimentos, algunos de los cuales, según Caputo, “están un 50 % más caros que en Estados Unidos”. El ministro les ha implorado a los supermercadistas que cuando ofrezcan rebajas no lo hagan con el “2 x 1” sino que admitan una reducción real de los precios unitarios, para que ello “se refleje en el índice de precios”. Pero los pulpos alimentarios no quieren bajar precios que, suponen, volverían a subir en el caso de una devaluación. Como represalia, el gobierno anunció la liberación de las importaciones de ciertos alimentos, algo que fue celebrado por sus comercializadores –pero recibido con furia por los productores agroindustriales-. En cualquier caso, el gobierno no tiene los dólares para abrir mano de esta alternativa importadora, y los monopolios locales lo saben. La “liberalización” de precios oficial excluyó, por un lado, al dólar, sometido al cepo; por el otro, a los salarios y jubilaciones, derrumbados en el sector público y sometido a “techos” y vetos en las paritarias privadas que llegan a la secretaría de Trabajo.
Ese derrumbe de los ingresos del trabajo ha concluido en una recesión atroz, que aviva las contradicciones del plan oficial. El ficticio superávit fiscal -cosechado con la licuación de las jubilaciones y la postergación de pagos del Tesoro- recibirá un nuevo golpe con la caída en picada de la recaudación de impuestos. La industria registra caída de dos dígitos en sus rubros fundamentales –cemento, automóviles, acero-. Al desplome del mercado interno se suma la dificultad de exportar una producción cada vez más “cara”, en términos de dólares.
En este cuadro, la cuestión del dólar –y de una nueva devaluación- se ha colocado en el centro de las contradicciones y choques de la política oficial. La dolarización económica generada luego de la devaluación y la liberación de precios ha representado una gigantesca operación especulativa, en beneficio de los fondos que ganaron un 9 % mensual en dólares y de los acreedores de la deuda pública transitoriamente valorizada –en primerísimo lugar, la propia burguesía nacional-. Las patronales de AEA y la UIA bancan al gobierno por la expectativa de recuperar el financiamiento internacional y, principalmente, por la contrarrevolución laboral que esperan del gobierno libertario. Al mismo tiempo, cargan con el peso de un derrumbe industrial.
Por un lado, la “corrección” cambiaria que empieza a reclamar una parte de la clase capitalista reavivaría la hoguera inflacionaria, tirando abajo todas las promesas de estabilidad que se formularon. Por el otro: seguir aguantando el dólar, a la espera de una deflación de precios promovida por una brutal recesión, acentuará los desequilibrios en danza. Las contradictorias medidas adoptadas por Caputo en estos días son una confesión de este impasse.
Los choques y divisiones en el Congreso –y en el propio gabinete nacional- suelen ser presentados como “internas políticas” que transcurren en medio de los supuestos “logros económicos”. No: los “logros” son un verdadero castillo de naipes, lo que explica las divergencias que atraviesan a la burguesía y sus partidos. Este es el escenario “por arriba”, que la clase obrera debe reconocer para abrirle paso a su propia salida.