Copa América: corazón y bolsillo

Escribe Joaquín Antúnez

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La realización del torneo más importante del continente a nivel selecciones se vio afectada por una sucesión de escándalos extrafutbolísticos que fueron determinantes para el normal desarrollo de la competencia y el nivel de los propios protagonistas.

La elección de Estados Unidos como sede responde a un impresionante negociado de las federaciones con marcas, auspiciantes y diversas empresas privadas. El país del norte, donde el fútbol no tiene ninguna tradición ni raíz histórica, ha sido sede de dos Copas América —la Centenario (2016) y la presente edición—; en 2025, será la primera sede del nuevo Mundial de Clubes; y, en 2026, volverá a organizar una Copa Mundial de selecciones, como en 1994.

Una sucesión de tantos torneos y eventos debiera justificarse en una preparación extraordinaria de la organización y los campos de juego. Sin embargo, desde que empezaron los entrenamientos, las selecciones elevaron diversas quejas sobre el estado de los campos de juego. En Estados Unidos, los estadios están equipados con césped sintético. Los organizadores tuvieron que cambiar y adaptar múltiples estadios para el desarrollo de la Copa, sin afectar la realización de recitales y otros espectáculos previstos. El DT de la albiceleste, Lionel Scaloni, dejó en claro el malestar de su seleccionado ante el estado del campo de juego en el partido inaugural de la competencia contra la selección canadiense.

El negocio fue, nuevamente, el corazón de la Copa América. Se incorporaron curiosas “innovaciones”, como la comunicación de decisiones arbitrales por altoparlante, propia del fútbol americano, y un espectáculo durante el entretiempo similar a los que se realizan en el Super Bowl, que extendió a casi media hora el entretiempo de la final, algo contrario a todos los reglamentos de FIFA y la propia Conmebol. Hubo una gran cantidad de irregularidades e improvisaciones de parte de los organizadores. La Conmebol y la Concacaf —federaciones futbolísticas a las que se encuentran asociadas todas las selecciones del continente— aclararon, una y otra vez, que ellas no tenían decisión alguna sobre la apertura de los estadios, reservadas a los dueños de los mismos, es decir compañías como MetLife o Hard Rock. La organización tuvo su punto más bajo en la final que jugaron Argentina y Colombia, con avalanchas, represión policial y detenciones en los alrededores del estadio que retrasaron el inicio del partido por casi una hora.

Conocido el resultado que consagró bicampeón al seleccionado argentino, Javier Milei invitó a los jugadores y cuerpo técnico a saludar desde el balcón de la Casa Rosada. Al momento de jugarse la final, Milei se encontraba en un campamento de multimillonarios en Silicon Valley. En las horas previas al partido subrayó que todos los jugadores titulares del equipo argentino revisten en alguna Sociedad Anónima Deportiva (SAD) europea o estadounidense, reivindicando el modelo de negocio que pretende introducir en el país, si bien la injerencia privada es más que ostensible en el fútbol argentino —por la vía del financiamiento y del sponsoreo.

La celebración de la victoria albiceleste, en la madrugada del lunes, recibió el trato característico que el gobierno liberticida dispensa a cualquier manifestación en el espacio público: represión policial y carros hidrantes.

Íconos

La final de Copa América estuvo marcada por el retiro de Ángel Di Maria y por el agotamiento físico de Lionel Messi. La imagen de su tobillo hinchado y las lágrimas en sus ojos en el banco de suplentes serán icónicas de este torneo. Estados Unidos ha sido el lugar elegido por el mejor jugador de este siglo para su retiro. Su poder de atracción es gigantesco: la televisación cae cuando abandona el campo de juego, los estadios se llenan cuando se anuncia su presencia. Messi sigue siendo un negocio. Sin embargo, el torneo mostró a un futbolista agotado a sus 37 años. Algunas jugadas de genio aisladas y un gol de carambola fueron la síntesis de su participación.

El negocio mata al fútbol, sintetizó “el loco”. El fútbol vivirá, pero sus regentes no.

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