A la espera de Trump, escala la guerra entre la OTAN y Rusia

Escribe Jorge Altamira

Putin pelea por una victoria “a lo Pirro”.

Tiempo de lectura: 5 minutos

La transición política de Biden a Trump nunca iba a ser indolora. Entre un presidente cojo y un otro sin las riendas del poder en sus manos todavía, el alcance explosivo de las contradicciones presentes debía irrumpir de un modo u otro. La decisión del magnate de los reality shows de gobernar por decreto y designar por esa vía a funcionarios que necesitan confirmación del Congreso, ya ha provocado diversos choques políticos, en especial cuando la mayoría de ellos son infractores de la ley o se han comprometido a gobernar por medios de excepción. Uno de los más relevantes es la intención de efectuar una purga en el alto mando de las fuerzas armadas y de los organismos de seguridad; el otro es la entrega de una parte significativa del poder al multibillonario Elon Musk, el principal contratista del Estado y de la recepción de subsidios públicos.

Es, sin embargo, en la cuestión de la guerra de la OTAN contra Rusia donde la carga explosiva es mayor. Desde hace ya varios meses que la política de la OTAN consiste en desarrollar una andanada de provocaciones contra Rusia para llevarla a una mesa de negociación, en momentos en que se derrumba la capacidad de resistencia militar de Ucrania para contener el avance de Rusia para ocupar el conjunto de la región sudeste del Donbass y la mayor parte de la costa del Mar Negro. Es, naturalmente, en estas condiciones que hace aparición el ‘pacifismo’ de Donald Trump, dispuesto a concretar un alto el fuego e incluso un armisticio que admita la situación creada en el terreno. De acuerdo a una información del Washington Post, que luego fue desmentida por todo el mundo menos por el diario mismo, Trump le reclamó a Putin que cese o modere el avance militar de Rusia a la espera de la fecha de asunción de la presidencia. Lo ocurrido ha sido obviamente lo contrario. Putin, por su lado, obtuvo el concurso de más de diez mil tropas norcoreanas para despejar la región de Kursk, en territorio ruso, que había sido ocupada por Ucrania para ofrecerla como una moneda de cambio en una eventual negociación territorial. Muy importante también: el gobierno de la oligarquía rusa desató un ataque demoledor a la infraestructura eléctrica de Ucrania, para obligarla a rendirse cuando se sienta el rigor del invierno en el país. Biden y los jefes de gobierno de Gran Bretaña y Francia, por el otro lado, dispusieron la entrega de misiles de largo alcance a Zelensky los Atcams norteamericanos y los Shadow Secret y los Scalp, del Reino Unido y Francia, respectivamente, para atacar activos militares en el interior de Rusia, hasta 350 kilómetros desde la frontera. Olaf Scholz, el canciller alemán -él también en transición porque perderá las elecciones generales previstas para febrero- se ha negado a entregar los poderosos Taurus a Ucrania, lo que desató la oposición de la coalición que ganaría esos comicios, convirtiendo a la guerra de la OTAN en el tema número uno de la campaña electoral. Trump, por último, un twittero recalcitrante y dueño de una red propia, no ha abierto la boca ante el agravamiento alcanzado por el enfrentamiento. El período de transición presidencial norteamericano es objeto, por supuesto, de negociaciones paralelas, lo que significa que hasta el momento han fracasado y que han dejado al plan de Trump, si es que existe, en el limbo. La guerra se enlaza, entonces, con dos grandes crisis políticas, en EEUU y en Alemania. Un avance ruso-norcoreano en la región de Kursk, por último, colocaría a Rusia a las puertas de Kharkov, una ciudad de 700 mil habitantes, la segunda en importancia luego de Kiev. El escenario de la negociación de un armisticio se ha convertido en objeto móvil que opera a toda velocidad.

El estadio de la crisis en esta etapa de la guerra tiene, asimismo, otras dimensiones, porque, de acuerdo a una mayoría de opiniones, Zelensky se niega a aceptar concesiones territoriales. La escalada actual, por otra parte, lo excluye como negociador confiable para el gobierno de Rusia, que siempre ha reclamado, además, la ‘erradicación del nazismo” en alusión a la camarilla gobernante ucraniana. Es por esto, cabe suponer, que en Ucrania se ha comenzado a hablar de elecciones, dado que el mandato de Zelensky está largamente vencido. No se excluye por esto medidas de fuerza y se vuelve a hablar del general, ahora retirado, Zalunin, para encabezar un nuevo gobierno. Putin reclama el reconocimiento de la soberanía de Rusia sobre el conjunto del Donbass, que incluye provincias que no ha ocupado, pero también un poder de veto sobre el gobierno que se haría cargo del resto, un 80%, de Ucrania. Como se aprecia, las posiciones sobre un armisticio no convergen, sino que, por el contrario, divergen. Como coletazo de esta situación, Rusia ha desplazado tropas a las alturas del Golan, un territorio de Siria ocupado por Israel, en prevención de una entrada de tropas sionistas a Siria. El terreno de la guerra avanza en diversas direcciones.

Esta confusión de características extraordinarias podría derivar en un desplome del frente ucraniano en las regiones en guerra directa, y del gobierno ucraniano mismo. Ucrania quedaría a la deriva, una papa caliente de la que ni Putin ni la OTAN querrían hacerse cargo. Semejante situación podría llevar a Polonia, una vieja potencia colonial en cuanto a Ucrania, a hacerse cargo, en compañía de países como Estonia y Finlandia. La ‘victoria’ de Putin metería a Rusia en un pantano enorme. Pero incluso si se excluye este caso extremo, la coexistencia de Ucrania y Rusia en Ucrania, sería altamente inestable. Por ese motivo Putin demanda condiciones de seguridad que nacerían muertas desde el papel. Un ejemplo. El fondo BlackRock -el tutor de Luis Caputo- tiene puestas las fichas en una reconstrucción inmobiliaria y de infraestructura de la Ucrania amputada (lo mismo quiere hacer el yerno de Trump en Gaza), marcando una crisis fronteriza indudable en un escenario de guerras comerciales, financieras, geopolíticas y militares. En adelanto a una probable confrontación económica y política entre Trump y la Unión Europea, esta última se ha lanzado a un gran plan de rearme, que sería financiado por un megabono de deuda de la UE. La fusión de las finanzas y la guerra alcanzaría el punto más alto que se conozca, aunque no el último.

Un triunfo de Putin sería entonces una victoria a lo Pirro; Rusia saldría perdiendo. La conclusión constituye una inculpación final a quienes han abogado por la “victoria militar de Rusia”, a igual título de quienes lo han hecho por “la democracia”. Con independencia de los vaivenes militares, la tendencia de la guerra mundial tiende a profundizarse, y por lo tanto las crisis económicas, los ‘ajustes’ y las crisis políticas. La agenda de la revolución socialista internacional volverá a ocupar el centro de la política mundial.

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