De la Rusa a la “Zurda” – acerca de un libro de Myriam Bregman

Escribe El Be

De la Rusa a la “Zurda” – acerca de un libro de Myriam Bregman

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El nuevo libro de Bregman, “Zurda”, es de un género inclasificable: una mezcla entre reflexiones y análisis teóricos e históricos con un esbozo autobiográfico, un anecdotario y recuerdos aleatorios, autocitas de discursos, una marcada reivindicación de su actividad parlamentaria y de la participación del PTS en conflictos sindicales, la mención repetitiva de los diferentes candidatos del PTS a lo largo y ancho de todo el país, y una enumeración de diferentes episodios históricos como la Revolución Francesa, la caída del Lehman Brothers, el Cordobazo, la Primavera Árabe, las rebeliones latinoamericanas de 2019-2020, la caída del Muro de Berlín, el estallido de 2001 en Argentina, y así sucesivamente, sin desarrollar ninguno de los episodios que menciona. La guerra en Ucrania y la masacre en Palestina apenas es aludida en este torbellino de temas. A todo esto, se suman citas a filósofos, sociólogos, académicas feministas y militantes y revolucionarios diversos, desde Baruch Spinoza hasta Walter Benjamin, pasando por Enzo Traverso, Rodolfo Walsh, José Carlos Mariátegui y Simone de Beauvoir, entre otros, sin olvidar a Marx, Lenin y Trotsky. El FIT-U, significativamente, es apenas mencionado en todo el texto. En el esbozo autobiográfico de Bregman se encuentra mutilado, ya que, al relatar su activismo como abogada, omite completamente su acompañamiento al clerical Juan Grabois. La palabra que da nombre al libro, “Zurda”, no es mencionada en todo el texto de Bregman. Parece un escrito a varias manos.

Entre tanto, sin embargo, podemos encontrar un hilo conductor: el libro se presenta, desde la presentación escrita por Fernando Rosso, como una necesidad frente al “espíritu derrotista que reina (...) desde la llegada de la extrema derecha al poder”. El “espíritu derrotista” es una constante a lo largo de todo el texto, aunque con un reclamo a la esperanza. El “malestar (es) indescifrable”, confiesa –una renuncia explícita a caracterizarlo políticamente, al punto, dice “(que) parece ser el ánimo de nuestra época”, donde nos encontramos “solos, indefensos, en inferioridad de condiciones”, y “en medio de tanta desolación capitalista patriarcal”. El objetivo declarado del libro, “derrotar el pesimismo”, parece todo lo contrario. Llama incluso a “defender la alegría en un presente colonizado por las pasiones tristes”. El libro está impregnado del “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, una expresión de Romain Rolland, el escritor pacifista que se convirtió en stalinista, pero que todos y todas atribuyen al revolucionario marxista italiano, Antonio Gramsci. Los “desafíos” que se propone el libro, como “desafiar la cosmovisión de las clases dominantes”, como así también “imaginar (sic) y hacer imaginar (sic) una nueva hegemonía”, convierte a la lucha de clases, una categoría histórica, en una categoría cultural, como denunció, tempranamente, Federico Engels. A falta de una base histórica objetiva de la revolución proletaria, la decadencia histórica del capitalismo, la batalla “cultural” convierte a la conciencia de clase de las masas en una entelequia. La “cosmovisión” de “las clases dominantes” la encontramos bien retratada en la masacre de bebés en Gaza. Para el ministro de Seguridad de Netanyahu, el asesinato de criaturas es más importante que la derrota militar de Hamas, porque destruye en el nicho el futuro de una nación palestina. La “cosmovisión” de la guerra alcanza al conjunto de las potencias imperialistas.

La ola de pesimismo, sin embargo, en la cabeza de la corriente que encabeza electoralmente la Zurda, no es mezquina en contradicciones. En 2010, el Bicentenario fue caracterizado por Christian Castillo, como una inauguración de “La Argentina Kirchnerista”, ganador de una batalla cultural, que CFK acaba de transferir a Milei en su discurso del reciente 25 de Mayo. Bien mirado, el Bicentenario y la elección del año siguiente fueron el final del kirchnerismo. La hegemonía cultural ahora la tendría la corriente liberticidia, con el Gordo Dan y Santiago Caputo en punta. La corriente de la ex Rusa, ahora Zurda, revela un caso agudo de impresionismo -una hoja al viento, que celebra o lamenta los hechos consumados, sin el menor intento de trazar una perspectiva política. Eso no le impide celebrar una hazaña electoral en Jujuy, que ha sido en realidad un piso de resistencia, con una caída del 60% en el porcentual de votos en medio de una elevada abstención, seguido de una cadena de retrocesos en Salta y CABA. La crítica al programa de violencia social y política de Milei-Caputo-Bullrich está tan ausente en el libro como anteriormente lo estuvo en la caracterización de la “Argentina kirchnerista” que terminó en un derrumbe económico y una atomización del peronismo que el PTS no vio venir. Caputo ha montado un endeudamiento colosal del Tesoro nacional, para crear un superávit fiscal ficticio, que empalidece al de Menem-Cavallo. Los resultados fueron el 19 y 20 de Diciembre.

Al caracterizar al “peronismo y otros espacios progresistas”, el libro no pierde la ocasión de echarles un guiño. “Zurda” fue conocida poco antes de la formación del Interbloque Frente de Izquierda-Nacional y Popular. Asegura que peronistas (Kicillof) y ‘progres’ (que en realidad se encuentran dentro del FITU) “apenas admite(n) algunas módicas reformas”, “algunas regulaciones que inclinen, levemente, la balanza redistributiva”, “aceptando siempre, sin hacer ningún esfuerzo, la desfavorable relación de fuerzas dada”. El peronismo viene de producir, en sus recientes cuatro años de gobierno, un aumento colosal de la miseria social, y la suscripción del endeudamiento de Macri con el FMI. El peronismo y su sucursal sindical, la CGT, funcionan como auxilio de la gobernabilidad de Milei, que se justifican con los mismos argumentos que esgrime Bregman. El reformismo no existe en Argentina, pues prefiere dejar ‘el trabajo sucio’ del ajuste en el gobierno. Lo dijo CFK el domingo pasado: fin del “Estado presente”, vía libre al ajuste y un viva a la “motosierra”. La docencia de Provincia acaba de hacer una huelga contra Kicillof y Baradel en rechazo a un convenio miserable, que refuta a “Zurda” en lo grueso y lo fino. El “compañero” Kicillof, como lo ha tratado Myriam Bregman, los sancionó con el corte del sueldo. La agudización de la crisis mundial ha cortado todos los márgenes a un reformismo que ha caducado históricamente. En cuanto a la burocracia sindical, Bregman se atreve a decir que “negocia las migajas” que ningún obrero ve, “y nunca patea la mesa”, como si eso fuera posible de parte de una casta contrarrevolucionaria (enemiga de la independencia obrera).

A la pregunta acerca de si “dentro de los marcos del Estado capitalista ¿se puede redistribuir la riqueza en términos más o menos favorables para las clases mayoritarias de manera decisiva o, al menos, en forma prolongada y estable?”, Bregman responde con un contundente sí, porque eso sólo “dependerá de la relación de fuerzas”. Es decir que el reformismo tiene, para la Zurda, una absoluta vigencia. La autora no ha tenido tiempo de observar que el ‘reformismo’ forma parte del bloque responsable de la reversión negativa de las relaciones de fuerza para la clase obrera. Bregman se remonta a las mejoras materiales para los trabajadores que se dieron “en condiciones excepcionales como fueron las creadas en la segunda posguerra”. Nuestra autora se remonta a 80 años atrás para hacer el panegírico del peronismo y el ‘reformismo’ actuales. Aquellas “mejoras materiales” tampoco las obtuvo el ‘reformismo’ sino que fueron extraídas al capital por el temor a las revoluciones europeas, y fueron una herramienta del ‘reformismo’ y del stalinismo para estrangularlas. Como señaló Lenin hace 120 años, las reformas son un subproducto de las revoluciones derrotadas. Punto. El interés de “Zurda” es que expone a la corriente de Bregman en el campo del reformismo, o mejor, del pseudorreformismo internacional.

En el mismo sentido, el libro de Bregman ofrece otro hilo conductor de este corrimiento hacia el campo del reformismo, que ya no representa una corriente progresista, como fue en el pasado, sino –en las condiciones de la decadencia del capitalismo, el imperialismo y la guerra– a una contrarrevolucionaria. Desde la primera página hasta la última, se reivindican las conquistas populares de las últimas décadas como un resultado de la presión que ejercieron las movilizaciones y luchas de masas para conseguir el apoyo de los representantes de las clases dominantes. Así habría ocurrido en el caso del movimiento de mujeres desde 2015, el cual: “conmocionó al régimen político (sic), al que obligó a tomar algunas medidas (sic) en lo que concierne a la violencia contra las mujeres”. Frente a la convocatoria del 3 de junio de 2015 por Ni Una Menos, Bregman dice que “fue tal la repercusión que nadie se quiso quedar afuera: personalidades de la cultura, el deporte, periodistas, intelectuales, instituciones académicas, sindicatos y otros ámbitos se pronunciaron a favor de la convocatoria. Aunque cueste creerlo, la potencia era tal que también lo hicieron la Conferencia Episcopal, las fuerzas represivas del Estado y dirigentes políticos de la derecha”. O sea, un Frente Popular de izquierda a derecha, del laicismo al clericalismo, sin virtualmente otros límites. Bregman no cree que la Iglesia, la burocracia sindical, el peronismo y “la derecha” actuaron, no “conmovidos” por la situación, sino como operadores políticos contra las movilizaciones de masas, para desactivarlas y, finalmente, derrotarlas. En resumen, de cuentas, el movimiento arrancó un derecho al aborto sin financiación ni mejora de los presupuestos de Salud, y en cuanto a la violencia contra la mujer no ha ocurrido nada, salvo criar una burocracia estatal “feminista”. Bregman, en realidad, celebra el triunfo de una política identitaria de sororas a la Lospenato, cuyo propósito es introducir un choque de género en el seno de la clase obrera. Esta política identitaria es responsable del retroceso de la lucha de la mujer en el último tiempo.

Estas críticas no agotan en modo alguno las observaciones que pueden hacerse sobre un libro que abarca una infinidad de temas a la ligera. Muchos han celebrado el libro como un “aggiornamiento”, cuando se trata de un notorio paso atrás. El libro de Bregman se despoja de todo lenguaje y categoría marxista; la clase obrera es reemplazada en casi todo el libro por conceptos como “las mayorías”, mientras el término burguesía es reemplazado por sujetos tácitos como “los mismos de siempre”. La crítica al modo de producción capitalista cede el lugar en casi todo el texto a una crítica al “neoliberalismo”; desaparece la dictadura del proletariado y abunda “una nueva sociedad”. Al final del libro explica que “nosotros, a esa sociedad, la llamamos 'socialista'”, definiendo al socialismo como “una referencia potente e inexcusable para cualquiera que, frente a la catástrofe capitalista que nos amenaza, elija estar del 'lado bueno' de la historia”. La concesión ‘extremista’ a la catástrofe (aquí no se limita a “las relaciones de fuerza”) da pie para convocar a la moral individual (“lado bueno”) a sabiendas de que “la partera” de la nueva sociedad será “la violencia”, y que es necesario infundir en las masas la disposición de ganar una guerra civil revolucionaria. “Zurda” acentúa en cambio que “en distintos momentos de la historia, también artistas, científicos, incluso personalidades de que provienen de las clases acomodadas, pero reniegan de su orden social que apesta se abrazan a las revoluciones”. No sólo la abrazan, la encabezan y la dirigen, desde Marx en adelante. En cuanto al resto, se trata de una inmensa minoría. “Zurda” no recuerda a sus lectores, que “la inteligentzia” como tal, fue una verduga intelectual de las revoluciones proletarias, desde la Comuna en adelante.

Celebramos que Bregman haya condensado, en forma abusivamente dispersa -es cierto- el pasaje definitivo de su corriente al campo del reformismo.

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