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En agosto de 2020 una explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto de Beirut mató a 217 personas e hirió a 7.000, provocó el desplazamiento de otras 300.000 y causó una destrucción generalizada a edificios situados en un radio de 20 kms. Nunca se explicó cómo ocurrió tal cosa. Lo cierto es que, para el Líbano, tal “accidente” resultó sólo una tormenta tras el huracán económico y social que sacude al país hace por lo menos una década.
En agosto pasado, un corresponsal de Haaretz pintaba así el panorama: “Sin combustible, sin electricidad, sin agua: así es como se ve la muerte lenta del Líbano” (Zvi Bar'el, 18/8). “Líbano depende de los milagros para su supervivencia”. En esa fecha, los ´milagros´ vinieron de Irán e Irak, que “suministraron combustible para operar las centrales eléctricas del país. Un acuerdo anterior, según el cual recibía anualmente un millón de toneladas de combustible para mercancías, estaba a punto de expirar. Fueron solo los esfuerzos de última hora, incluida la intervención iraní, los que permitieron que los hospitales funcionaran. Según el nuevo acuerdo, los laboratorios universitarios también obtendrán una parte de los recursos de electricidad y agua. Los ciudadanos comunes se benefician poco, tal vez disfrutando de otra hora de electricidad por día además de las cuatro que actualmente tienen asignadas” (ídem). El anacronismo libanés lleva “a la mayoría de los residentes a utilizar miles de generadores privados para cerrar la brecha entre el consumo nacional de alrededor de 3500 megavatios y la capacidad de suministro del estado que se sitúa en el mejor de los casos en alrededor de 2200 megavatios. Incluso estos generadores están muriendo debido a los altos precios de los combustibles” (ídem).
El Líbano cerró acuerdos hace casi dos años con Jordania y Egipto para comprarles electricidad. Estados Unidos, sin embargo, vetó la operación, dado que esa energía obligadamente debe pasar por Siria, país que “está sujeto a severas sanciones estadounidenses” (ídem). EE.UU. presiona de esta forma a Líbano para que cierre un acuerdo de explotación gasífera conjunta con los sionistas en el Mediterráneo en aguas que comparten los dos países.
La cuestión energética está también supeditada a un acuerdo con “el FMI (que) exige, entre otras cosas, que el Líbano apruebe una legislación ordenada y transparente para crear una autoridad eléctrica que estaría sujeta a su supervisión” (ídem).
El año comenzó en el Líbano con grandes protestas callejeras por la alta inflación, la devaluación de la libra libanesa (junto a las monedas turca y argentina figura entre las más depreciadas en 2022), la falta de agua potable y electricidad, etc.
El gobierno oficial del Líbano está loteado en fracciones de origen étnico. Este régimen político se sostiene en “dos figuras, uno es Hassan Nasrallah, el secretario general de Hezbolá, y el otro es Riad Salameh, el gobernador del Banco central del Líbano” (ídem, 9/9).
Hezbolá domina milicias armadas que controlan buena parte del país. Hezbolá es el único factor que sostiene cierta “estabilidad”. Hezbolá no ha vetado el acuerdo gasífero con los sionistas: “no tratará de bloquearlo, especialmente después de que la empresa griega de exploración de petróleo y gas Energean, que opera la plataforma de perforación del campo de gas natural en alta mar” (ídem).
Riad Salameh, el presidente del Banco Central desde 1993, es un hombre que trabajó más de 20 años para la banca de inversión Merrill Lynch. De modo que, en medio del tembladeral del Líbano, desde hace 30 años surfea todas las crisis. No casualmente “en la competencia por el título de la persona más odiada en el Líbano, Salameh es el ganador por mucho” (ídem). Salameh es considerado uno de los banqueros más corruptos del planeta, con causas abiertas en Francia, las islas Vírgenes y Liechtenstein. El presidente libanés, Michel Aoun, intentó investigarlo, pero “el primer ministro Mikati tuvo sus propias buenas razones para evitar tal investigación y un juicio. Mikati es un multimillonario que ganó mucho dinero con grandes proyectos de construcción que desarrolló en Abu Dhabi a fines de la década de 1970 y junto con su hermano, fundaron una de las empresas de construcción más grandes de Medio Oriente. En 1982, los hermanos fundaron su firma insignia Investcom, que invirtió en países del Medio Oriente, Sudáfrica y África Occidental. Cuando Bashar al-Assad llegó al poder en Siria en 2000, le otorgó a Mikati el derecho de operar su compañía telefónica en Siria durante 15 años a cambio de una parte de las ganancias. En 2006, esta empresa fue vendida a MTN Group, la empresa de telefonía celular más grande de Sudáfrica” (ídem).
Mientras el Líbano pasó de ser la Suiza al Haití del Medio Oriente, los intereses cruzados de cristianos maronitas del Líbano, sionistas, musulmanes sunitas y chiítas de todo Medio Oriente siguen haciendo negocios.
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