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Dejemos por un momento de lado el mayor crimen del capitalismo contemporáneo: la tendencia a arrastrar a la humanidad a las guerras imperialistas, fenómeno cada vez más frecuente —como ocurre ahora con la de la Otan-Rusia.
Veamos el fenómeno de las (mal) llamadas tragedias `naturales´.
No hay rama de la ciencia moderna que indique que éstas no se puedan evitar y/o amortiguar. Existen herramientas que permiten anticipar y/o atenuar el efecto de terremotos y huracanes; evitar las epidemias y pandemias, los incendios forestales y el efecto devastador de las sequías o las inundaciones o —el mayor de todos los peligros que amenaza con hacer inhabitable el planeta— los gases de efecto invernadero, cuya fuente principal es el uso de los combustibles fósiles.
¿Por qué entonces la sociedad capitalista parece impotente frente a esos eventos, especialmente en los países subdesarrollados, o peor aún —una vez que los gobiernos secan sus lágrimas de cocodrilo— es evidente que esos gobiernos (y sus mandantes) son indulgentes —o más bien negligentes— frente a estos fenómenos? Infinitas instituciones científicas y/u organizaciones ecologistas o ambientalistas anticipan sistemáticamente su ocurrencia y proyectaron hace tiempo respuestas para evitarlos.
He aquí la respuesta a partir de tres hechos acaecidos o divulgados estos días:
Primer caso: “Las 'ganancias monstruosas' para los gigantes de la energía revelan un resurgimiento autodestructivo de los combustibles fósiles” titula hoy The Guardian. “Si bien 2022 infligió dificultades a muchas personas en todo el mundo debido a la inflación vertiginosa, los desastres provocados por el clima y la guerra, el año fue lucrativo en una escala sin precedentes para la industria de los combustibles fósiles, con las cinco compañías occidentales más grandes obteniendo beneficios por un total combinado de 200 mil millones de dólares” (ídem).
Por supuesto que esto se logró violando todas las convenciones internacionales de la ONU y otros organismos acerca de la obligación, por un lado, de reducir la producción de hidrocarburos; por el otro, de dirigir sus inversiones a la investigación y producción de fuentes “limpias” de energía. Todas las empresas, al contrario, anunciaron para el 2023 un incremento de inversiones en la extracción de hidrocarburos.
Las "cinco grandes", Exxon y Chevron (yanquis), Shell y BP (inglesas) y TotalEnergies (francesa) todas “revelaron que el año pasado fue el más rentable de sus respectivas historias, debido al aumento del costo del petróleo y el gas”, impulsado por la guerra de la Otan-Rusia.
Exxon encabeza el pelotón de los beneficios obtenidos con u$s 55,7 mil millones —o sea “llevándose a casa alrededor de u$s 6,3 millones por hora”. Chevron obtuvo una ganancia de u$s 36,5 mil millones. Shell “anunció los mejores resultados de sus 115 años de historia, un superávit de u$s 39,9 mil millones; BP embolsó una ganancia de u$s 27,7 millones y TotalEnergies un récord de u$s 36,2 mil millones (ídem). “Cuando se cuenten los resultados de 2022 de todas las empresas de petróleo y gas que cotizan en bolsa, se espera que las ganancias totales superen los u$s 400 mil millones de dólares” (ídem).
Segundo caso: cuando aún yacían decenas de miles de cadáveres bajo los escombros por los terremotos que sacudieron a Turquia y Siria y frente al “peligro de ver un desastre secundario que puede causar daño a más personas que el desastre inicial, por efecto de las bajas temperaturas y la permanencia de las víctimas del terremoto a la intemperie” —declaró el “Dr. Wassel Ajerk, cirujano general en el hospital de la ciudad de Idlib y director de proyectos de la Asociación de Médicos Expatriados de Siria” (ídem)—; pues bien, en medio de este cuadro, en la bolsa de Estambul las acciones de las empresas de construcción pegaron un enorme empuje. O sea que la penuria de los explotados nutre dialécticamente la extracción de plusvalía a favor del gran capital.
Tercer caso: los incendios forestales en el sur de Chile alcanzan dimensiones gigantescas. Igual que en Turquía y Siria las brigadas internacionales que concurren en ayuda de los damnificados no son suficientes. En el caso de Chile “un piloto español que llegó a ayudar en labores de combate contra los incendios denunció que muchos habitantes dueños de piscinas les impedían a los brigadistas sacar agua, aunque estos aclaraban que estaban trabajando en la emergencia” (Sputnik, 8/2). Esto obligó al gobierno de Boric a decretar la intervención de la fuerza pública para obligar a los ricachones a entregar el agua de sus piscinas, tras 24 muertes ya producidas. Muchos de estos incendios son intencionales con el fin de alimentar a la industria maderera chilena (una de las principales del país) y/o para abrir su frontera agropecuaria.
¿No se desprende de estos reducidos tres ejemplos que el capitalismo es un cáncer que se hace cada vez más maligno en el cuerpo de la sociedad?
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