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La respuesta de Rolando Astarita a mi texto “La ‘Izquierda’ se refugia en la victoria de Milei, el derrotismo del profesor Astarita”, es políticamente inconsistente. Es también fuertemente manipuladora. Astarita cuenta que había recogido un “comentario” de un lector de su blog para que opine acerca del planteo que atribuye a nuestra corriente de que “en Argentina no estamos en una etapa de reacción política sino de tendencias prerrevolucionarias”. Nuestra caracterización de conjunto, sin embargo, -la de Política Obrera-, no se reduce a esa frase, que tampoco es completa, porque falta el señalamiento de “la ausencia de derrotas estratégicas de la clase obrera”. La respuesta de Astarita, sin embargo, manipula el planteo para convertirlo en una afirmación de que la victoria de Milei habría creado ya una situación revolucionaria. A partir de esta tergiversación su texto se pasea largamente sobre las situaciones revolucionarias en general. En noviembre de 2020, refutamos un documento de Christian Castillo que sostenía que Argentina, en pandemia, atravesaba “una situación pre revolucionaria incipiente” . La corriente morenista, en la que militó en el pasado Astarita, tiene una tradición de señalar situaciones revolucionarias donde ellas no existen e incluso “revoluciones democráticas” a partir de llamados a elecciones por parte de un gobierno militar. En cuanto a la incomodidad de Astarita por la alusión a su condición de “profesor”, le advierto al lector que enseguida después lo califico como “profesor marxista de economía”, un reconocimiento que no es usual en las sectas de izquierda.
En todo su larguísima “respuesta”, Astarita evade lo único que no se debe evadir en este debate sobre la evolución de la situación política en Argentina, que es el análisis concreto de la situación concreta. El economista marxista se pasea por diversos textos de todo el último siglo y buena parte del mundo, pero no ofrece su caracterización de la situación o la etapa política en Argentina. Hace la exégesis de textos y frases, pero no el análisis concreto de la realidad argentina o internacional. El núcleo de nuestro planteo es que la victoria de la ‘ultraderecha’ (como hubiera ocurrido de diferente modo con una de Massa) abre la perspectiva de tendencias prerrevolucionarias como consecuencia de que el resultado inevitable de las elecciones iba a ser un violento ataque a las condiciones de existencia de las masas. Fue lo que ocurrió en el Rodrigazo, cuando la situación no revolucionaria que lo precedió se transformó en prerrevolucionaria, desató una huelga general de mes y semana, provocó la caída de López Rega y forzó al capital nacional e internacional ha desatar el golpe de marzo del 76.
Nuestro partido, Política Obrera, ha sido la única organización o corriente que caracterizó a las elecciones recientes, desde antes de las PASO, o sea casi medio año antes de la victoria de LLA, como “reaccionarias”. Para quien nos imputa una falta de reconocimiento “al espesor ideológico” en los procesos políticos, el desmentido no podría ser más contundente, con la salvedad, claro, de que esos espesores no son el factor histórico decisivo, sino la decadencia del capitalismo y la lucha de clases que engendra el antagonismo entre el capital y la fuerza de trabajo.
El electorado, con vaivenes, siguió la tendencia de los partidos políticos patronales, que con distintas variantes reclamaban un mandato a favor de una salida catastrófica a la crisis social. No tenemos aquí el espacio para entrar en las razones y las características de esa adaptación política, aunque no la atribuimos, como hace Astarita, a la presencia de estudiantes extranjeros en la UBA o a la inseguridad delictiva. En esos términos de una elección reaccionaria nos hemos manifestado en forma reiterada en nuestra prensa, en la agitación y los medios de comunicación. No necesitamos lecciones ahora sobre el “ascenso de la ultraderecha”. Lo que sí hemos advertido es que, con cualquiera de las variantes en competencia, el desenlace sería un ataque violento a los trabajadores. La vacancia política que dejaba el gobierno peronista había sido recogida por la derecha, incluso al interior del FdT, con el ministerio de Economía y la candidatura presidencial para Massa.
A partir de la primera vuelta añadimos otro planteo – quienquiera sea el que gane, señalamos, aplicaría “un golpe de estado económico” contra los trabajadores. No estamos al tanto de la literatura completa de Astarita, pero de su ‘respuesta’ se desprende que quien advierte ahora acerca “(d)el ascenso de la ultraderecha” no militó la advertencia acerca de “un golpe de estado económico”. Con la ventaja que nos da el diario del lunes, es obligado concluir que nuestra previsión o pronóstico se ha cumplido en toda la línea.
La cuestión de si el resultado electoral expresaba el ingreso a un período de reacción política o constituía una derrota estratégica de la clase obrera, entró en la agenda cuando se planteó el debate sobre si Milei representaba un asalto al poder por parte del fascismo. Nuestra respuesta ha sido, en términos de categorías marxistas y no de impresionismo, que no estamos en un período de reacción política y derrotas fundamentales de la clase obrera; la ultraderecha no constituye un movimiento de masas; y que “el plan motosierra” -un ataque violento contra las masas- estaba en contradicción con la construcción de una base de masas como la que exige el fascismo.
Astarita, en sus sucesivas respuestas (una al lector del blog, la otra a Altamira), no ha ofrecido ninguna caracterización alternativa, ni de cualquier otro tipo, salvo su sospecha, que es eterna, en el espacio y el tiempo, de que “la disponibilidad de lucha de las masas” es la mercancía más ausente en el mercado de la lucha de clases. Es lo que opina también el conjunto de la llamada izquierda, para quien la “iniciativa estratégica” se encuentra en manos de la burguesía. Astarita sospecha, asimismo, que la variante más probable de todo este proceso sea un gran retroceso de las masas, y hasta advierte a sus colega del FIT U y el NMAS, que es necesario “mirar de frente a las dificultades”.
Estamos ante lapsus ideológico significativo, porque excluye “una mirada de frente” a las posibilidades que abre la nueva etapa. Para un marxista, ‘las dificultades’ deberían arrancar a partir de la lucha por las posibilidades; de otro modo, estamos ante la pura resignación. Señalar un planteo como este como “derrotista” no es descalificación - es decir las cosas como son. En 1976, frente a algo más grave que la victoria de Milei, el partido donde militaba Astarita y con cuya política consentía, caracterizaba que el golpe militar había instaurado una “dictablanda” (en 1982, ese mismo partido y Astarita, caracterizaban el desplazamiento de Galtieri por Bignone y la convocatoria a elecciones como “una revolución democrática”). O sea que veían posibilidades de fantasía y no buscaban las dificultades en el desarrollo de las posibilidad de lucha contra la dictadura. Nosotros, Política Obrera, por un lado señalamos que el golpe del 76 era contrarrevolucionario, mientras advertíamos las posibilidades en todos los factores de la crisis que marcaban los límites insalvables de la dictadura, incluida la resistencia de la clase obrera, que había sufrido una derrota severa pero no estratégica. Señalamos las posibilidades y nos dimos una política. La crisis económica, desde fines de 1980, acrecentó “la disponibilidad de lucha de las masas” que ya se había manfestado con anterioridad, y que culminó en la gran marcha de fines de marzo de 1982 organizada por la CGT de Saúl Ubaldini – y la ocupación desesperada y aventurera de Malvinas. La prioridad puesta en las ‘dificultades’ (en abstracto) por encima de las posibilidades históricas concretas ha sido una divisoria política constante en las filas del movimiento de la clase obrera y el socialismo. Todo el menchevismo ruso y la mayor parte de la dirección bolchevique, por ejemplo, acogieron la victoria de la Revolución de Febrero desde “sus dificultades” (la guerra, la fragilidad del gobierno provisional); Lenin y Trotsky, desde sus posibilidades (la creación de un poder obrero bajo la forma de Soviets). Una diferencia abismal de método y de estrategia. El menchevique Sujanov relata, en su voluminosa historia de la Revolución, que los planteos de Lenin habían sido recibidos como de alguien “que había enloquecido” en el exilio.
Las revoluciones son el resultado de la combinación de condiciones históricas excepcionales. Las situaciones revolucionarias que las anteceden son mucho más frecuentes. Las situaciones revolucionarias pueden no concluir en una revolución. Deben servir, en todo caso, en oposición al ultimatismo revolucionario, para desarrollar la fuerza de la clase y ofrecer mejores posibilidades para futuras revoluciones. Los ultimatistas se convierten al esceptisimo y el derrotismo cuando no ven confirmadas sus expectativas caprichosas.
El Cordobazo creó, ciertamente, una situación revolucionaria, que sirvió para desarrollar nuevos levantamientos populares y nuevas organizaciones obreras combativas durante ¡siete años!. El desarrollo revolucionario forzó a la burguesía a valerse de la variante que había considerado como peligrosa durante dos décadas -promover el retorno de Perón-. La perspectiva del retorno de Perón expuso enseguida una gran crisis de dirección, o sea la falta de madurez de las direcciones emergentes de la clase obrera. Se manifestó en un seguidismo ‘crítico’ al retorno de Perón, y en algunos casos sin ‘crítica’ alguna. Los marxistas vulgares reducen la crisis de dirección a ‘la traición’ de los aparatos dirigentes tradicionales, fogueados en el ejercicio de traiciones. Pero la crisis de dirección refiere fundamentalmente a la inmadurez de las corrientes en ascenso, que ganan confianza de las masas o de un sector estratégico de ellas, en situaciones históricas excepcionales.
La rebelión popular que derrocó a De la Rúa también creó una situación revolucionaria, pero, a diferencia del Cordobazo, no ganó tracción en el tiempo para alcanzar un desarrollo más amplio y para habilitar una intervención de conjunto de la clase obrera. El antecedente del Argentinazo había sido la huelga general de febrero de 2000 convocada por el frente del moyanismo, la CTA y la CCC (el Movimiento de Trabajadores Argentinos). Del Argentinazo nació la rebelión en el Subte y el desarrollo de delegados e internas combativas en el cordón norte del conurbano bonaerense, de Rosario, Córdoba y el noroeste. El abordaje ultraizquierdista de las crisis revolucionarias, que sirve de alimento ‘ideológico’ al derrotismo conservador, es ajeno al marxismo, al bolchevismo y, como consecuencia, a Política Obrera.
La pregunta fundamental es ahora la siguiente (para seguir con el análisis concreto de la situación concreta): ¿la victoria de Milei ha cerrado la crisis política que, en forma zigzagueante, pero tendencialmente creciente, se arrastra desde el último gobierno de CFK? Es claro para cualquiera que no; los distintos factores de la crisis, tanto económica como política, han adquirido un carácter explosivo.
Cuando Política Obrera hace referencia a tendencias prerevolucionarias considera a la situación política en su conjunto: crisis de poder; pauperización de los estratos sociales intermedios, incluida la clase obrera mejor remunerada; una acción histórica independiente de los trabajadores. “La disponibilidad de lucha” de la clase obrera, que obsesiona a Astarita, es necesaria no solamente para una revolución; lo es también para luchar por un aumento salarial o la mejora de las condiciones ambientales de los lugares de trabajo. Es una condición innata. No desaparece, sólo hay que desarrollarla en las condiciones concretas de cada momento. Trotsky, bajo el nazismo, no se detuvo en la contemplación de las ‘dificultades’ que implicaba este régimen terrorista: llamó a formar fracciones de clase en el Frente del Trabajo, el sindicalismo estatal nazi, y a impulsar un frente de acción con los cristianos que luchaban contra la intención del hitlerismo de nazificar la Iglesia.
Los factores que tipifican una situación revolucionaria no operan, sin embargo, por separado, se condicionan y entrelazan; una crisis manifiesta de poder ‘incita’ al pueblo a una intervención excepcional. Los círculos de la burguesía no han dejado de repetir la preocupación que los ha venido acosando: el temor por la “gobernabilidad”, ahora con referencia al gobierno actual. Desde antes de la victoria de “la ultraderecha”, nuestra denuncia acerca de un “golpe de estado económico” ha venido acompañada de la conclusión de que produciría un agravamiento de la crisis política. Para el pseudomarxismo, la relación entre la crisis de la economía y el modo de producción, de un lado, y la crisis política y de gobierno, del otro, estaría sujeta a infinidad de ‘mediaciones’, al punto de desligar a una de la otra. Pero esa crisis del modo de trabajo es, salvo en el caso de una guerra, la causa fundamental de la crisis política y de la caída de los gobiernos. En Argentina, ha sido la razón de la caída de casi todos los gobiernos desde los años 30 del siglo pasado.
Astarita se mofa, pero no advierte que lo hace a su propio costo, de las referencias que hemos hecho a la República de Weimar (Alemania 1919-33), con la crisis actual en Argentina. Esto es explicable porque tiene una visión limitada acerca de aquella crisis como de ésta -aunque el contexto internacional es diferente en muchos aspectos-; por ejemplo, la ausencia de una revolución bolchevique en la frontera de Alemania, y una seguidilla de episodios revolucionarios frustrados. Sin embargo, la vacancia de Poder Ejecutivo en Argentina desde las PASO de 2021; el ejercicio del gobierno por un ministro que nadie eligió; la tendencia a la hiperinflación; todo esto justifica poner en consideración la analogía, a la que se agrega una ‘ultraderecha’ que, para algunos, es fascista. En los últimos días la analogía ha ganado consideración, pues se ha comenzado a hablar de “estado de excepción”, aplicado con frecuencia en Alemania; de “decisionismo”, o sea, el gobierno por decreto y el poder personal; la amenaza de golpe contra el parlamento (plebiscito). Es el lenguaje propio de una acentuación de la crisis política, que envuelve a todo el aparato estatal, incluidas las fuerzas armadas (incluida una aparente “purga”reciente). En los círculos jurídicos se denuncia el intento de una “reforma constitucional por medio de DNUs” , o sea un golpe de estado. El resultado electoral no ha resuelto el problema de la vacancia de gobierno que caracterizó a los Fernández. Ya no se trata de un voto contra “la casta” o para “terminar con el populismo”, sino de un agravamiento de la miseria, la liquidación del derecho laboral y hasta la agitación de un golpe plebiscitario. La ‘derechización’ no es un proceso legitimado sino largamente inconcluso.
¡El gobierno ‘libertario’ está buscando el apoyo de la CGT! Las negociaciones del ministro del Interior con la burocracia sindical confirman nuestra caracterización de que se encuentra en desarrollo un “semibonapartismo de derecha” en términos de tentativa. Astarita no ofrece una caracterización del gobierno; curioso – pero es una consecuencia del doctrinarismo. Un ala del gobierno, aunque no Milei, contemplan una variante “bismarckiana”: usar a la organización obrera contra la oposición del parlamento, como desarrolló el canciller alemán del siglo XIX contra la burguesía liberal. En esta variante, la burocracia se sumaría a las extorsiones del gobierno al Congreso. En nuestro entendimiento, Milei no tiene la autonomía política para semejante operación. Pero la tentativa de cooptación oficial ha colocado a la CGT en el volcán de una crisis, en condiciones de enorme inquietud social entre los trabajadores por el trabajo disolvente de la inflación y del ataque al derecho laboral. El impacto de esto en la clase obrera va a ir creciendo. El FIT U, en estas condiciones, se ha puesto al servicio de la burocracia cegetista y ha alineado en esa dirección a los sindicatos y delegados sobre los que ejerce influencia. Allí donde, para Astarita, se agolpan las llamadas “dificultades”, para Política Obrera se presenta una lucha históricamente típica de clarificación, contra el colaboracionismo con el aparato sindical.
En resumen, nuestro partido, Política Obrera, plantea: abajo el gobierno antiobrero de los DNU; la lucha contra el golpe de estado de Milei y el gobierno por decreto (incluso si obtiene el aval del Congreso, como no dejará de ocurrir); por el desarrollo de Coordinadoras Interfabriles, Intesindicales y autoconvocadas, para preparar la huelga general, mediante la propaganda, la agitación y la organización.
Así entendemos el desarrollo de la conciencia de clase en un período de catástrofes capitalistas. No es un proceso lineal, como el que ocurrió bajo la égida de la II Internacional, que naufragó sin atenuantes al estallar la primera guerra mundial. En China, por caso, en apenas más de un lustro, el proletariado protagonizó la Revolución de 1927. Las situaciones revolucionarias, expresión, en última instancia, del estallido de las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, son muy fecundas para el desarrollo de una conciencia socialista, no solamente una condición relativa para ellas. Las capas sucesivas de ideas y programas que se han ido acumulando en dos siglos, vuelven a la superficie para someterse a prueba cuando se desarrollan circunstancias históricas revolucionarias.
En las circunstancias históricas presentes de guerra mundial, levantamientos populares, insurrecciones nacionales y resurrección de fascismos obsoletos, el cuestionamiento del PdT, un oficio de Astarita, constituye una torpeza contrarrevolucionaria. El PdT no es un capricho intelectual sino el balance y las perspectivas que ha dejado la épica más intensamente revolucionaria de la historia. Debe ser abordado en estos términos. La intelectualidad marxista no ha producido una biografía del PdT como la que el bolchevique David Riazanov dejara, brillantemente, del Manifiesto del Partido Comunista de 1848 redactado por Marx.
Esa biografía nonata habría puesto de manifiesto las circunstancias y experiencias históricas que explican cada una de las categorías del Programa de Transición. Porque el PdT es el balance de un período histórico rico en lucha de clases y luchas revolucionarias. Un aporte decisivo de ese Programa es el planteo de la defensa incondicional de la Unión Soviética, en caso de guerra, en forma simultánea con el planteo de una revolución política que restaure la democracia soviética y el internacionalismo proletario. La defensa incondicional de la URSS fue la viga maestra para la derrota del nazismo. Astarita ha denunciado al PdT desde todos los ángulos, no sé si este también, ya que cuestiona el carácter obrero de la URSS desde comienzos de la dećada del 30. Suponemos que no debe haber plantado la defensa incondicional de un estado burocático frente al imperialismo (algo -el imperialismo- que Astarita considera sin fundamento histórico).
El PdT se basa enteramente en la caracterización de la decadencia histórica del capitalismo, que se convirtió en patrimonio programático del bolchevismo con el estallido de la primera guerra y de la victoria de la Revolución de Octubre. No confunde esta categoría con la permanencia de ciclos de la economía, ni con las posibilidades de desarrollo, limitadas, de las naciones atrasadas. A diferencia del Manifiesto -él mismo el primer programa de transición- que parte del ascenso del capitalismo, el PdT parte de la crisis de dirección en las condiciones del capitalismo maduro. La vulgaridad con que Astarita y los partidos donde militó abordan esta cuestión, contrasta con su envergadura. Astarita, como vimos, prefiere hablar del “espesor de los problemas ideológicos”, que no es más que una insinuación metafísica. La primera crisis de dirección del proletariado la advirtió Marx, cuando señaló la insuficiencia de las medidas tomadas por la Comuna de París para defender el primer gobierno obrero de la historia. La mayor crisis de dirección, sin embargo, se manifestó en la Revolución Rusa -en marzo-abril de 1917, en octubre de ese año y en la degeneración staliniana-. Lenin impuso sus posiciones a quienes querían disolver al bolchevismo (los “viejos bolcheviques”) en la izquierda democratizante, y luego dilatar la revolución o entregarla a un gobierno de coalición con los partidos obreros contrarrevolucionarios. Esa crisis de dirección se manifestará intensamente en los distintos episodios de la revolución alemana (hasta la capitulación ante Hitler), en la primera Revolución China, y en la Revolución Española. Trotsky pone de manifiesto la raíz y el desarrollo de la crisis de dirección en el folleto Clase, Partido y Dirección.
Otro aspecto que profundizaría una biografía del Programa de Transición es la cuestión de los gobiernos obreros o pequeño burgueses que asumen el poder con independencia de la burguesía. Es una posibilidad ligada a otro aspecto fundamental, como es el frente único de las organizaciones obreras frente a situaciones revolucionarias. Es un tema vital ante las revoluciones de posguerra -china, vietnamita y cubana-. El asunto ya estuvo presente en la Revolución Rusa, cuando Lenin reclama a los mencheviques que tomen el poder en nombre de los Soviets -sin comprometer el apoyo a ese gobierno- y luego, en 1920/1 en Alemania, cuando la central sindical propone formar un gobierno de trabajadores en el marco de una huelga general contra un golpe militar.
El PdT debe ser abordado históricamente y metodológicamente, no en forma metafísica. Astarita comparte con Kautsky la hostilidad a los programas transicionales, porque concibe el poder de los trabajadores como el resultado gradual de la lucha de clases y el desarrollo gradual de la conciencia socialista. La teoría de la revolución permanente, un gran compendio de las perspectivas de la revolución en los países atrasados y luego de la revolución internacional en general, es el fundamento teórico del Programa de Transición.
Rolando Astarita, en su “respuesta”, hace una salvedad fundamental: el PdT no sirve para situaciones no revolucionarias. La observación es sorprendente. Traza una muralla china entre situaciones no revolucionarias y revolucionarias, cuando de lo que se trata es del pasaje de una a otra. Eso sólo puede determinarse por la experiencia de la lucha de clases en torno a las reivindicaciones del momento y a la respuesta a ella por parte del conjunto de las clases sociales y de la burguesía. Esa división metafísica priva a la izquierda revolucionaria de un instrumento de acción en situaciones supuestamente ‘pacíficas’. Pero como no es una enciclopedia metafísica sino un programa de acción, el PdT advierte de la vigencia de las reivindicaciones mínimas (no se encierra en las transicionales que chocan en forma directa o semidirecta con el poder de la burguesía) e incluso en aquellas que representan algún interés real para los trabajadores. Así como no fija esquemas reivindicativos tampoco fija ultimátums temporales. Que Astarita se encierre en los programas de la II Internacional no tiene mayor importancia; lo que importa es que ningún militante obrero y socialista caiga preso de esa confusión y que no transmita, él mismo, las reivindicaciones y el programa que emergen de sus lucha cotidiana.
Astarita comete un error de apreciación cuando cree que su posición conservadora o derrotista es patrimonio exclusivo de él mismo; es la posición del 99% de la llamada izquierda trotskista en el mundo. Todas apuntan contra el catastrofismo y la posibilidad de situaciones revolucionarias, todas ven ‘dificultades’ y relegan las posibilidades al electoralismo y el parlamentarismo. Por eso apoyan la formación de “partidos amplios” en lugar de partidos marxistas, o apoyan a la OTAN en Ucrania y denuncian a Hamas en la guerra genocida del estado sionista. El mismo aparato del PO sostiene que “la iniciativa estratégica” es de la burguesía, y se ha mimetizado al FIT U como el caso de “un partido amplio”. Astarita llama, en su respuesta, a discutir las “dificultades” con toda esta izquierda, lo cual está en sintonía con sus posiciones -no todas, pero sí las fundamentales-.
Por otro lado, Astarita no sabe de lo que habla cuando se refiere a las fábricas ocupadas o recuperadas en 2001/2. Nuestro partido, entonces el Partido Obrero, no planteó, como sostiene en su respuesta, ninguna cooperativa obrera ni ninguna clase de subsidios sino la expropiación sin pago, y así quedó plasmado en su prensa y en proyectos de leyes. Nuestro partido sí tenía legisladores -Altamira- que enviaron esos proyectos de expropiación para Brukman y Grisinopolis, con el acuerdo de las trabajadoras de esas fábricas. En Prensa Obrera planteamos la unificación política de las fábricas ocupadas y la obligación de los bancos, compulsivamente, de aceptar las demandas de crédito de los trabajadores. El movimiento piquetero de 2001/2 participó con piquetes en defensa de las fábricas ocupadas y de los trabajadores donde había despidos. Protagonizó una verdadera epopeya porque lideró la lucha por el derrocamiento de De la Rúa-Cavallo, consigna que fue aprobada en dos grandes asambleas. Por un período, fue una vanguardia del conjunto de la clase obrera.
Nos vemos en la lucha.
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