Tiempo de lectura: 3 minutos
Cristina Kirchner publicó una nueva carta abierta para postularse como presidenta del PJ. Se adelanta a sus competidores en la carrera por las parlamentarias de 2025 y las presidenciales de 2027. Es claramente una tentativa de arbitrar en la crisis que no cesa de crecer entre 'La Cámpora' de su hijo Máximo, de un lado, y la camarilla que se ha reunido en torno a Kicillof, del otro. Es una disputa chica por el territorio bonaerense, como plataforma para pelear una representación nacional. CFK cree ver en la crisis universitaria, las movilizaciones contra el veto a los jubilados y, más recientemente, el ataque a los hospitales públicos, el comienzo de una cuenta regresiva para Milei, que podría usufructuar para un retorno electoral. La apura, por supuesto, la inminencia de una condena en segunda instancia por el asunto Vialidad. La apelación que hará a la Corte debe ir acompañada de un protagonismo político que le sirva para que la sentencia final quede encajonada indefinidamente.
Pero las cartas de Cristina suelen correr por detrás de los acontecimientos: recién ahora constata que entre el Gobierno y las masas se ensancha un abismo y una reacción popular a la que el kirchnerismo jamás aportó. En todos estos meses, sus personeros sindicales y políticos abusaron de la coartada de la “pasividad de las masas” para encubrir su propio inmovilismo, o sea, su complicidad con el ajuste. Lo ve a Milei haciendo un necesario trabajo sucio, para postularse a una eventual y posterior etapa desarrollista. Es lo que hizo su marido con el ajuste perpetrado por Duhalde, con el corralito y la devaluación. Cristina vuelve a la palestra para eximirse a sí misma y al peronismo de los hechos que condujeron al derrumbe actual. Aporta una novedad: quiere subir al carro a una parte del radicalismo, porque sola no va a ningún lado; como Néstor K, cuando subió a Julio Cobos a la vicepresidencia. Por eso, su embanderamiento tardío, en la carta, con Alfonsín, CFK reivindica la tentativa del presidente radical de articular un “tercer movimiento histórico”, que incluía al peronismo. Pero la confluencia peronista-radical tuvo lugar en su forma más bastarda: con el Pacto de Olivos de 1994, cuando Menem recogió a las ruinas del radicalismo para lograr su reelección. La reforma constitucional del 94 impuso un régimen político de decretazos, endeudamiento serial y privatizaciones. Como si estuviera parada en un “dron”, Cristina oculta cuidadosamente la participación del matrimonio K en el menemato. En la década siguiente, los gobiernos K pagaron la deuda pública externa aumentando la interna, como ahora lo hacen Caputo y Milei, aunque contando entonces con un enorme caudal de reservas que dilapidaron. En cualquier caso, esa introducción histórica sólo sirve de excusa para el planteamiento central de la carta, el cual es justificar su candidatura como medio para superar la actual acefalía del peronismo. La misiva de Cristina apunta a “enderezar y ordenar” el escenario de disgregación del pejota, que se reparte entre los socios más o menos declarados de Milei -como el tucumano Jaldo-, los que “escuchan ofertas” -como los gobernadores mineros- y los que estudian ´nuevas partituras´. Es el caso de Kicillof, que se hace cargo del ajuste nacional en lo que respecta a los docentes y estatales bonaerenses. Cristina, con su postulación, sale al cruce de una implosión política del pejota, pero que su candidatura podría acelerar. Supone que su candidatura no será desafiada, algo que todavía no ha acatado el primero en postularse, el riojano Quintela. En cualquier caso y para la tarea de “enderezamiento” partidario, Cristina ofrece un programa para el “cambio de las relaciones laborales”, una “nueva estatalidad”, la “revisión del déficit fiscal” y la cuestión de la “seguridad”. En otras palabras, una variante de la política actual. Para ese programa, propone la alternativa de un pacto político entre los históricos partidos del régimen, todos ellos en estado de disolución.
Pero en esa cuestión se sube a un auto en marcha, porque los personeros sindicales del pejotismo ya están negociando las “nuevas relaciones laborales” con Milei y Caputo, a todo trapo. Los gobernadores peronistas, a su turno, están buscando sus propios arreglos de deuda pública externa con Caputo y los fondos internacionales. La oferta política de Cristina revela una complicidad con Milei y Caputo, como quiere el resto del pejota. Para la población trabajadora que soporta y lucha contra las agresiones salariales, previsionales, educativas o sanitarias del Gobierno, CFK es un obstáculo político a remover. Necesitamos un partido de la clase obrera.