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Después del alarde de la caída de la inflación, el gobierno hace ahora bombo con la salida de la recesión, como consecuencia, según los indicadores del INDEC, de un aumento del PBI del 3.9% en el tercer trimestre que concluyó a fines de septiembre último. Es el resultado de un crecimiento del consumo privado del 4,4%, del 12% de la inversión y del 3,2% de las exportaciones, con respecto al trimestre precedente, cuando esos mismos datos fueron, según el Financial Times (16/12), “profundamente negativos”. Para la economía tradicional, una salida a la recesión requiere dos trimestres positivos consecutivos, esto con independencia de que la medición interanual siga siendo negativa. Argentina continúa, por lo tanto, en recesión, de acuerdo a la metodología tradicional. El JP Morgan, muy interesado en difundir las buenas noticias para Argentina, pronostica, para 2025, un crecimiento del 5,2% interanual, pero se trata sólo de un espejismo estadístico. Para que se entienda, con un aumento real en el año, de la mitad de ese porcentaje, entre diciembre y diciembre, se alcanzaría ese pronóstico, cuando se la compare con la caída registrada en 2024. Pero incluso con ese resultado, el PBI por habitante, al final de 2025, sería el mismo de 2021.
Los sectores responsables de este crecimiento trimestral son básicamente el agro y la minería. En cuanto a la industria, la capacidad instalada sin utilizar alcanza un promedio de sólo el 45%. En 2024, hasta noviembre, cerró casi el 20% de la pequeña y mediana industria. En cuanto al empleo y al subempleo, subieron, respectivamente, el 2,4 y el 1,3%. El consumo masivo, en las grandes superficies, retrocedió, en el año, un 24%. Con todo el viento a favor, el crecimiento del PBI no alcanzaría un nivel superior, hasta donde alcanza la mirada, al que registraba en la prepandemia. Para la consultora Eco Go, “el crecimiento seguirá”, pero “a un paso menor y desigual”. Mientras el oficialismo y su coro de aduladores festejan el éxito de su plan, Acindar, en la gran industria, anunciaba un parate de tres semanas en sus plantas de Villa Constitución.
La mediocridad de estos contrasta con el crecimiento fenomenal del llamado “efecto riqueza”, que hace referencia al impacto que deberían tener, en la inversión y el consumo, los aumentos en la cotización de la deuda pública y privada, y en el valor de las acciones. Un salto de más del 200% en esos rubros, como ha venido ocurriendo, tiene siempre un efecto derivado en el consumo -o cierto tipo de consumo- y en la inversión. En el primer caso, una parte del aumento del valor de los ahorros financieros de la pequeñoburguesía pueden ser convertidos a la recreación, al pago de la educación privada o la salud, en especial cuando se busca compensar el golpe sufrido por las cuentas de la clase media, como consecuencia de los tarifazos en todos los rubros. Lo mismo debería ocurrir con la inversión, especialmente en lo que hace a la construcción privada. Esta inflación financiera en gran escala no ha sido suficiente para realzar la demanda agregada en su conjunto. Es, sin embargo, la expectativa que publicitaba el gobierno liberticida al alentar al “emprendedurismo creativo”.
Otro aspecto del proceso económico es el que alardea del progreso de la “desinflación”, o sea, el desendeudamiento de la economía. En efecto, varias compañías grandes han logrado canjear deuda a tasas de interés más bajas. Pero no es lo que ha ocurrido con el conjunto de la economía privada y menos, por sobre todo, con la deuda pública. La deuda pública en el año, pasó del equivalente a 370.673 millones de dólares a 464.258 millones –un aumento de 93.585 millones de dólares. La carga financiera fiscal ha crecido un 30% en un año. De modo que la economía pública seguirá ejerciendo un efecto contractivo de la economía. La desinflación del Banco Central es engañosa, por lo menos, porque su deuda con los bancos ha sido transferida al Tesoro y porque continúa con reservas internacionales negativas, a pesar de la obtención de un superávit comercial externo superior a los 15 mil millones de dólares. El patrimonio del Central se encuentra inflado en 70 mil millones de dólares, al registrar en su balance Letras por Adelantos al Tesoro nacional al valor nominal, cuando carecen de valor real de mercado, porque son intransferibles. De acuerdo a trascendidos, Luis Caputo pretendería “capitalizar” al Banco Central por 20 mil millones de dólares, apenas un 15% del patrimonio negativo del Banco, lo que significa, para la economía como un todo, una sustracción a la demanda efectiva de consumo e inversión. Milei seguirá podando el gasto social y la inversión pública, con todos sus efectos contractivos, porque el superávit fiscal, acompañado de la devaluación del dólar, aumenta la capacidad del pago de la deuda externa por parte del Estado.
Una información reciente, de que Perú se encontraría al borde de una recesión, con eje en las zonas mineras, debería poner paños fríos a las expectativas que publicita el gobierno acerca de las ventajas de una “economía de exportación”, porque Perú es un caso típico de economía minera de exportación, como la que querrían imponer en Argentina los Caputo y Milei. Lo que ocurre es, simplemente, que la crisis industrial que se desarrolla en Asia y los principales países de Europa, han debilitado la demanda de diversos tipos de minerales, y que la economía minera es, a partir de cierto momento, progresivamente decreciente, por el agotamiento del recurso. Las reservas de litio, en Argentina, se estiman en treinta años, con gran perjuicio para la agricultura y el agua en todas sus formas de consumo. Esta incertidumbre explica las vacilaciones de las patronales petroleras para construir una planta licuificadora de gas, cuyo costo se encuentra a mitad de camino entre 5 mil y 10 mil millones de dólares. El RIGI, por su lado, habilita a las petroleras a retener los beneficios en el exterior y al no pago de impuestos, claramente negativo para la inversión industrial en el país. Las proyecciones que se elaboran para Argentina dejan de lado el acrecentamiento de las guerras comerciales, geopolíticas y militares a nivel mundial.
El ciclo de la economía tiene una influencia indudable en las clases y en la lucha de clases, pero no necesariamente de un modo rectilíneo. Por lo pronto, se ha abierto un conflicto entre una parte de la industria y el gobierno, debido al ajuste recesivo y al abaratamiento de las importaciones que compiten con la producción nacional. Otra disputa es la que afecta a Estados Unidos, de un lado, y China, del otro, por el acaparamiento de los resultados de la “estabilidad macroecónomica”. EE.UU. opera en función del capital de los fondos internacionales, en cuanto China busca imponer inversiones de infraestructura. Una reanimación de la economía, por último, abriría una fuerte discusión acerca de las trabas que impondría al desarrollo económico una política centrada en pagar, y encima con tasas premiadas, los vencimientos que se agolpan de la deuda pública en pesos y en moneda extranjera. Dada la necesidad de los trabajadores de eliminar el desempleo masivo y recuperar el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, estas contradicciones y conflictos de la economía capitalista, atraerán la mayor atención de la clase obrera y operarán como incentivo a una intervención política.