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Parte Cuatro: el fascismo al asalto del poder.
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La Italia de posguerra parecía ingobernable. Luego de la renuncia de los últimos cuatro gobiernos en cuatro años seguidos, le toca ahora el turno de renunciar al primer ministro Ivanoe Bonomi (febrero de 1922). Ante la vacancia, el rey Víctor Manuel III abre negociaciones con las distintas fuerzas para intentar superar la crisis política. Entre los que acuden al llamado está Filippo Turati, líder del ala reformista del PSI; esto le vale a Turati la expulsión de su partido. Finalmente, el gobierno es asumido por Luigi Facta, un hombre sin liderazgo que sólo podía ocupar ese rol por el completo impasse de las fuerzas políticas italianas. Su gobierno será poco más que un fantasma que esperó inerme el advenimiento del fascismo.
La izquierda reformista, temerosa de la movilización revolucionaria de la clase obrera, deposita sus esperanzas en reclamarle al rey Víctor Manuel III que intervenga contra los fascistas. En enero, se habían reunido la dirección reformista de la CGT junto a la Federación de Trabajadores Ferroviarios y otros gremios que se encontraban fuera de la central, y habían dado forma a una gran frente de sindicatos llamada Alianza Laboral. La formación de la Alianza llegaba más que tarde, sin una actividad preparatoria y con la mayoría de los trabajadores desilusionados con sus direcciones sindicales.
En agosto la Alianza lanza la convocatoria a una huelga general para frenar el avance fascista. Turati la bautizó como una Huelga Legal. La huelga es un fracaso estrepitoso. La adhesión es baja. Mussolini toma a su cargo la responsabilidad de derrotarla y lo hace en 48 horas. Despliega una violencia extrema para derrotar a los huelguistas. Los obreros organizan algunas resistencias heroicas, sobre todo el Parma, pero son derrotados. Trotsky explicará que “los reformistas habían regado durante tanto tiempo la pólvora temiendo que se incendiase, que, cuando por fin acercaron con mano temblorosa una cerilla encendida, la pólvora no prendió”.
El fracaso de la huelga legal es la derrota definitiva del movimiento obrero. Significa un punto de quiebre, a partir del cual inicia la cuenta regresiva para la toma del poder por el fascismo. La ofensiva fascista contra la huelga descabeza a gran parte del movimiento obrero: la sede del Avanti! es incendiada por tercera vez, decenas de locales destruidos, cientos de dirigentes obreros asesinados.
En el campo, la primacía del fascismo ya es total. En las ciudades, Mussolini decide realizar una serie de demostraciones de la fuerza. En septiembre lleva a cabo una serie de congresos, actos, manifestaciones y mitines políticos en decenas de ciudades, incluyendo Roma, Parma, Siena, Padua, Turín, Génova, Livorno, Ravenna, Udine, Novara, Piacenza, Cremona, Venecia, Emilia y Ancona. En cada una reúne a miles de camisas negras. Los partidos del régimen se dividen y fraccionan a la hora de definir una posición política ante el fascismo.
En el acto realizado en la ciudad de Udine, Mussolini brinda un discurso que pasará a la historia. Bajo el título de "acción y doctrina fascista frente a las necesidades históricas de la nación", Mussolini plantea por primera vez un programa de gobierno. El discurso de Udine apunta a una componenda con las fuerzas del régimen para formar gobierno. Los partidos tradicionales venían negociando con el líder fascista para incorporarlo a un gobierno de una amplia coalición. Creían que el Estado absorbería y domesticaría al fascismo.
Mussolini aprovecha la ocasión para dar un mensaje a sus propias filas: “estoy a favor de la disciplina estricta. Debemos imponernos la más estricta disciplina, porque de lo contrario no tendremos derecho a imponérsela a la nación”. A su vez, defiende el uso de la violencia fascista: “nuestra violencia es decisiva, porque a fines de julio y agosto (la Huelga Legal) en cuarenta y ocho horas de violencia sistemática y bélica hemos logrado lo que no hubiéramos obtenido en cuarenta y ocho años de prédica y propaganda”. También utiliza la tribuna para rectificarse de toda su diatriba antimonárquica: “básicamente creo que la monarquía no tiene ningún interés en oponerse a lo que ahora debe llamarse la revolución fascista”. El punto es clave porque define la relación del fascismo con el ejército (el cual se mantiene leal a la corona).
Las fuerzas fascistas comienzan a hacerse de los gobiernos municipales progresivamente. Ante este avance, el gobierno de Facta decreta la disolución de distintos ayuntamientos (Cremona, Milán, Treviso), lo cual “legaliza” su transferencia a los fascistas. Hay varios intentos de apoderarse de Roma. Algunas ciudades, como Trento, se encuentran en manos del socialismo y Mussolini saca la conclusión de que no es posible tomar Roma con esas zonas de frontera en manos opositoras. En no pocas ciudades, los obreros logran detener el avance fascista, principalmente donde los socialistas habían ganado las elecciones. Allí donde los fascistas se daban a la fuga ante la resistencia obrera, la policía interviene en su defensa. La resistencia obrera es heroica, pero está desorganizada en cada municipio. Los fascistas actúan con un comando único a nivel nacional. Ahí donde son derrotados, reagrupan fuerzas de otras ciudades y vuelven a la ofensiva. Trento cae en manos fascistas y Roma se convierte en el último casillero a ocupar por los Mussolini.
Los fascistas buscan atraer el apoyo de algunos sectores explotados con los inmensos recursos económicos que les brinda una parte de la burguesía. En el campo, acuerdan con terratenientes para que tomen trabajadores desocupados. En algunos casos, por el contrario, las patronales aprovechan la victoria fascista para despedir, reducir los salarios y alargar la jornada laboral, lo cual genera un gran malestar que los fascistas ven como perjudicial para su plan. En no pocos casos, los fascistas entran en choque con las patronales.
La marcha sobre Roma se decide el 16 de octubre en una reunión del alto mando fascista en Milán, con la presencia de Mussolini. La decisión no está exenta de acaloradas discusiones. Hay que evaluar si se trata del momento oportuno para tomar el poder. El gobierno podría resistir el golpe y reprimir las columnas fascistas. Es necesario asegurarse alianzas o, por lo menos, neutralidades. Giovanni Giolitti, el octogenario cinco veces primer ministro de Italia, planea que se convoquen nuevas elecciones para consagrarse primer ministro por sexta vez, incorporando esta vez a los fascistas. Esta tentativa cuenta con la venia del rey Víctor Manuel III. Mussolini le plantea a Giolitti que está dispuesto a disolver los escuadrones y que las fuerzas del Estado monopolicen la violencia, pero le aclara que la oferta de “un ministerio y dos secretarías” es insuficiente para los fascistas. Con los trascendidos de las negociaciones, el periódico fascista sale a desmentir cualquier tipo de compromiso con las fuerzas del régimen.
Los periódicos más importantes de la burguesía, desde el “Corriere della Sera” hasta el “Giornale d'Italia” comienzan a reclamar un “gobierno fuerte”, del cual los fascistas deberían formar parte. Mussolini y la plana mayor de su movimiento deciden que el 28 las camisas negras marcharán hacia Roma con los siguientes objetivos: ocupación de los edificios públicos (en Roma y en las principales ciudades de Italia); dar un ultimátum al Gobierno de Facta para el traspaso general de los poderes del Estado a Mussolini; toma de posesión de los ministerios a cualquier precio; en caso de derrota, las milicias fascistas deberán retroceder hacia el centro de Italia, para reagruparse en las ciudades donde son más fuertes. De estos objetivos, ninguno se cumplió completamente de manera exitosa. El triunfo de la acción no fue resultado de la estrategia militar de Mussolini, sino de la evolución de la crisis política y del realineamiento de fuerzas.
Finalmente, el 28 de octubre 40.000 camisas negras salen marchando hacia Roma desde distintas ciudades. La marcha cuenta con el financiamiento de 20 millones de liras de la Asociación Bancaria de Italia. El Papa Pío XI hace un llamado a la pacificación, que en los hechos es un llamado a no reprimir la marcha fascista. Mussolini, temiendo lo contrario, permanece en Milán. El 30 de octubre sus fuerzas pisan Roma.
A pesar de que las fuerzas represivas del Estado habrían podido dispersar la manifestación, el rey Víctor Manuel III de Savoya decide no reprimir. El primer ministro Luigi Facta dimite. Entonces, el rey le envía la siguiente carta a Mussolini en Milán: “Su Majestad el Rey le ruega que vaya a Roma lo antes posible, deseando encomendarle la tarea de formar el Ministerio”. Mussolini viaja a Roma a asumir el gobierno.
En noviembre, una Cámara de Diputados compuesta en su abrumadora mayoría por no fascistas, aprueba un voto de confianza para el gobierno de Mussolini, con 316 votos a favor, 116 en contra (socialistas y comunistas en su mayoría) y 7 abstenciones. Unos días después, obtiene la misma proclama en Senadores por una diferencia aún mayor: 196 votos a favor y 19 en contra. Todas las fuerzas democráticas de la burguesía y de la iglesia votan la llegada del fascismo al poder. Luego, la misma Cámara votará los plenos poderes para Mussolini en materia administrativa y económica.
Una vez en el poder, el fascismo reforzó sus posiciones gracias a una coyuntura económica favorable para Italia, luego de años de una gran depresión. Trotsky explicará que “los fascistas utilizaron la fuerza ofensiva de la pequeñoburguesía contra el proletariado que estaba retrocediendo. Pero esto no se produjo inmediatamente. Una vez instalado en el poder, Mussolini avanzó por su camino con cierta prudencia: no tenía todavía un modelo preparado. En los dos primeros años ni siquiera fue modificada la Constitución. El gobierno fascista era una coalición. Las bandas fascistas, durante este periodo, manejaban el bastón, el cuchillo y el revólver. Sólo progresivamente fue creándose el Estado fascista, lo que implicó el estrangulamiento total de todas las organizaciones de masas independientes.
“Mussolini alcanzó este resultado al precio de la burocratización del partido fascista. Después de haber utilizado la fuerza ofensiva de la pequeñoburguesía, el fascismo la estranguló en las tenazas del Estado burgués. No podía actuar de otra forma, ya que la desilusión de las masas a las que había reunido se volvía el peligro más inmediato para él. El fascismo burocrático se aproxima (en 1932) extraordinariamente a las otras formas de dictadura militar y policíaca. Ya no cuenta con la base social de antaño. La principal reserva del fascismo, la pequeñoburguesía, está agotada. La inercia histórica es lo único que permite al Estado fascista mantener al proletariado en un estado de dispersión e impotencia”.
Desde esa perspectiva, el líder de la revolución rusa explicó la necesidad de caracterizar al fascismo en las formas concretas que asume en cada etapa: “Lo que hemos dicho demuestra suficientemente la importancia de distinguir entre la forma bonapartista y la forma fascista de poder. No obstante, sería imperdonable caer en el extremo opuesto, convertir al bonapartismo y al fascismo en dos categorías lógicamente incompatibles. Así como el bonapartismo comienza combinando el régimen parlamentario con el fascismo, el fascismo triunfante se ve obligado a constituir un bloque con los bonapartistas y, lo que es más importante, a acercarse cada vez más, por sus características internas, a un sistema bonapartista. Es imposible la dominación prolongada del capital financiero a través de la demagogia social reaccionaria y el terror pequeño burgués. Una vez llegados al poder, los dirigentes fascistas se ven forzados a amordazar a las masas que los siguen, utilizando para ello el aparato estatal. El mismo instrumento les hace perder el apoyo de amplias masas de la pequeñoburguesía. De éstas, el aparato burocrático asimila a un reducido sector, otro cae en la indiferencia. Un tercero se pasa a la oposición, acogiéndose a distintas banderas. Pero, mientras va perdiendo su base social masiva al apoyarse en el aparato burocrático y oscilar entre las clases, el fascismo se convierte en bonapartismo”.
El ascenso del fascismo se encuentra indisolublemente ligado a la derrota de la clase obrera, y ésta a la política de la izquierda. Pocos años después, la izquierda volverá a cometer los mismos errores (y otros más) con el ascenso del nazismo en Alemania. “En su política con respecto a Hitler, la socialdemocracia alemana no ha inventado ni una sola palabra: no hace más que repetir más pesadamente lo que en su momento hicieron con más temperamento los reformistas italianos. Éstos explicaban el fascismo como una psicosis de la posguerra; la socialdemocracia alemana ve en él una psicosis 'de Versalles', o incluso una psicosis de la crisis. En ambos casos, los reformistas cierran los ojos al carácter orgánico del fascismo, en tanto que movimiento de masas nacido del declive imperialista”.
La izquierda alemana, al igual que lo hizo la italiana, insistirá en llamados al gobierno para que ponga freno al fascismo. La estrategia de la III Internacional fue, en cambio, la del frente único obrero antifascista. La resistencia obrera más importante al fascismo, la de Parma, fue un verdadero frente único de anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos. El PCI, representante de la Internacional en Italia dirigido por Bordiga y Gramsci, rechazó la política del frente único entre 1921 y 1924. Trotsky explicará las dificultades del PCI de la siguiente manera: “El Partido Comunista Italiano apareció casi al mismo tiempo que el fascismo. Pero las mismas condiciones de reflujo revolucionario que llevaron al fascismo al poder frenaron el desarrollo del partido comunista. No se daba cuenta de las dimensiones del peligro fascista, se alimentaba de ilusiones revolucionarías, era irreductiblemente hostil a la política de frente único, sufría, en definitiva, todas las enfermedades infantiles. No hay nada de asombroso en ello: solamente tenía dos años. No veía en el fascismo más que la 'reacción capitalista'. El partido comunista no distinguía los rasgos particulares del fascismo, que derivan de la movilización de la pequeñoburguesía contra el proletariado. Según las informaciones de mis amigos italianos, con la excepción de Gramsci, el partido comunista no creía posible la toma del poder por los fascistas. Una vez que la revolución proletaria había sufrido la derrota y el capitalismo se había mantenido firme, y la contrarrevolución había triunfado, ¿cómo podría haber otro tipo de levantamiento contrarrevolucionario? ¡La burguesía no puede sublevarse contra sí misma! Ésa era la orientación política fundamental del Partido Comunista Italiano. Sin embargo, no hay que olvidar que el fascismo italiano era entonces un fenómeno nuevo, que se encontraba solamente en proceso de formación: habría sido difícil, incluso para un partido con más experiencia, distinguir sus rasgos específicos”.
El fascismo en el poder conoció diferentes etapas. El 10 de junio de 1924, los squadristas fascistas secuestraron y asesinaron al diputado socialista Giacomo Matteotti. Luego de este hecho, el Parlamento, ya con mayoría fascista, votó las leyes excepcionales que iniciaron la transformación del orden jurídico en un régimen totalitario.
El régimen mussoliniano, en gran parte agotado, recibió nuevo oxígeno con la llegada de Hitler al poder en Alemania en 1933. Su gobierno se extendería hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Asediado por las fuerzas partisanas en abril de 1945, Mussolini decidirá escapar de Italia escondido en un camión alemán. En el trayecto será reconocido por los rebeldes y apresado. Convencidos de que las potencias aliadas no harían justicia con el exdictador, decidirán fusilarlo al día siguiente en el municipio de Mezzegra, ubicado en la provincia de Como. Su cuerpo luego será trasladado a Milán, donde será colgado de los pies en la Plaza Loreto.
Con la caída de Mussolini, la revolución socialista golpearía otra vez las puertas de Italia.
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