A 90 años de la llegada de Hitler al poder (parte I)

Escribe El Be

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El 30 de enero de 1933, el líder del partido nazi, Adolf Hitler, fue nombrado Canciller del Reich en Alemania. El advenimiento del nazismo al poder en el país que contaba entonces con el proletariado más poderoso de Europa significó un golpe histórico contra la clase obrera mundial. Desde el poder, Hitler desató una política de destrucción de las organizaciones de trabajadores y de aplastamiento de la clase obrera. Su gobierno significaba la reacción política en toda la línea a nivel mundial, lo cual planteaba una amenaza directa para el Estado Obrero ruso. El proletariado alemán, sin embargo, no logró ofrecer una resistencia a la altura del combate. Se encontró desarmado y paralizado en el momento de su mayor desafío histórico. Una circunstancia que sólo se explica por la orientación política que siguieron el stalinismo y la Tercera Internacional (la organización de los partidos comunistas del mundo) después de la muerte de Lenin y de la expulsión de Trotsky.

Alemania, año cero

El 9 de noviembre de 1918, el canciller Max von Baden anunció la abdicación del Kaiser Guillermo II y de todos los príncipes y entregó el poder del gobierno al socialdemócrata Friedrich Ebert, dando inicio a la República de Weimar. La primera guerra había dejado al ejército desmantelado, pero incluso luego de la firma del armisticio se mantuvieron numerosos cuerpos armados (Freikorps), que se negaron a disolverse y sirvieron como fuerza de choque contra la clase obrera. Se estima que en la fase inicial de la República de Weimar había alrededor de 365 Freikorps, estimulados por el gobierno socialdemócrata para masacrar, entre otros, a la Liga Espartaco de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, que participó activamente de los levantamientos obreros de noviembre de 1918. Como represalia, sus líderes fueron asesinados por los freikorps. En enero de 1919, como reacción a los levantamientos obreros, se fundó en Munich (capital del Estado de Baviera) el Partido Obrero Alemán (DAP), una secta antisemita y nacionalista de derecha que un año después se refundaría bajo el nombre de Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (más conocido como el partido nazi).

La fundación del DAP no significó mucho en aquel entonces. Sus fundadores no estarían llamados a cumplir ningún papel en la historia posterior. Pronto abandonarían el partido o serían expulsados de él. El DAP nunca salió del estado de secta, a pesar de que buscaba empalmar con los sentimientos nacionalistas que habían sido acicateados por la guerra. Pero el nacionalismo, fuertemente arraigado en un sector de la población y agravado por la derrota en la guerra y el Tratado de Versalles, acababa de llevar al pueblo alemán a una carnicería humana sin precedentes. El nacionalismo cedía paso al ascenso del internacionalismo obrero, que cobraba impulso con la Revolución Rusa de 1917 y con el “bienio rojo” que se desplegaba en toda Europa. Los grupos nacionalistas y derechistas, apoyados por el ejército, lograrían importantes adhesiones, pero encontraban ahora un creciente contrapeso en el movimiento obrero revolucionario. Al igual que sucedería con el fascismo italiano, el nazismo debería esperar un reflujo de ese ascenso revolucionario para empezar a jugar un rol protagónico en la situación política.

Las bases de aquel futuro movimiento de masas, sin embargo, se gestaron, precisamente, en esta etapa, como reacción al crecimiento de las luchas obreras. En 1920, en un mitin del DAP en Munich atrajo la atención un soldado desmovilizado llamado Adolf Hitler, que seguía manteniendo fuertes vínculos con el Ejército. Como espía del Ejército, Hitler se acercaba a grupos nacionalistas para evaluar el potencial que podían tener para la reacción derechista. Pronto se afilió al DAP como miembro número 555. La cifra, en realidad, era engañosa. Era común en las sectas de aquel entonces empezar a contar a los miembros a partir del número 501, para aparentar ser más numerosos de lo que en realidad eran.

Los nazis sufrieron durante toda esta fase inicial una serie de choques internos y rupturas sin fin. Producto de ellas, Hitler tomó el mando de la organización en 1921. Su capacidad oratoria le granjeaba la admiración del público, pero su influencia se limitaba a la de un agitador de cervecerías. Se trataba, sin dudas, de una celebridad, pero una celebridad local, sin influencia fuera de Munich. Su actos violentos le garantizaban al partido nazi una presencia sostenida en la prensa diaria, aunque esta fuera negativa. La organización tenía su Sección de Gimnasia y Deportes, que era como se llamaba al brazo armado del partido que se ocupaba de irrumpir en mitines de otras fuerzas y protagonizar violentas batallas. La sección luego pasó a llamarse Sturmabteilung, que significa División de Tormentas (más conocidos por las siglas SA). Eran grupos entrenados, del cual participaban freikorps y miembros de las fuerzas armadas del Estado de Baviera (Reichswehr). El nazismo era la expresión alemana de movimientos fascistas que se fundaron en distintos países de Europa en este período, como el de Benito Mussolini en Italia o el de Gyula Gömbös en Hungría. El triunfo del fascismo italiano en 1922 daría a los nazis un primer aliento. La crisis de 1923 le daría otro.

Crisis e hiperinflación

A escala mundial, León Trotsky sostuvo en 1924 que existieron tres ocasiones en las que “la revolución proletaria alcanzó el punto en el que hacía falta un bisturí”. En Rusia, en octubre de 1917, en Italia, en septiembre de 1919, y en Alemania, en julio-noviembre de 1923. La situación revolucionaria de 1923 fue el producto de una crisis económica y política sin precedentes.

El gobierno alemán había financiado su participación en la Primera Guerra Mundial emitiendo bonos de guerra y, con el fin del conflicto bélico, el país se encontró devastado, con sus reservas agotadas y con una elevada deuda estatal. En 1923, tropas coloniales francesas ocuparon la cuenca del Ruhr, principal centro de producción de carbón, hierro y acero en Alemania. El gobierno respondió con una política de “resistencia pasiva” que pronto entró en colapso. Alemania conoció, en este contexto, un período de fuerte presión inflacionaria.

La hiperinflación alemana del 1923 fue una calamidad de alcance histórico. El dólar pasó de valer 12 marcos en 1919 a la estratosférica suma de 4.200.000.000.000 marcos alemanes en 1923. Era la destrucción completa de la moneda. El dinero perdió su función como medio de intercambio y el trueque se volvió una práctica frecuente. La producción se desplomó. Parte de la clase media se desintegró al ver esfumarse sus ahorros y sus pensiones, al tiempo que quebraron numerosos comercios. La desocupación se disparó y la desesperación más extrema se adueñó de la población. Tanto los comunistas como los nazis, ambos partidos recientemente fundados, conocieron un crecimiento en sus filas. Pero los primeros contaron con un ascenso vertiginoso de luchas obreras.

Una ola de huelgas sacudió Alemania. Brotaron comités de fábrica y milicias obreras en todo el país. Cayó el gobierno del Canciller Wilhelm Cuno y fue reemplazado por una coalición entre el Partido Popular Alemán y la socialdemocracia, liderada por Gustav Strasemann. El gobierno alemán sostuvo entonces que “estamos sentados sobre un volcán y en el umbral de la revolución, a menos que consigamos mejorar la situación”. Strasemann sostuvo que “somos el último gobierno parlamentario burgués. Tras nosotros vendrán o los comunistas o los fascistas”.

La Revolución Alemana de 1923

Para comprender el ascenso del nazismo al poder en 1933 es necesario referirse a la derrota de la Revolución Alemana de diez años antes. En un balance posterior, Trotsky explicaba que “en la capitulación histórica del partido comunista alemán y de la Internacional Comunista en 1923 está el origen del crecimiento del fascismo”. Según el líder de la Oposición de Izquierda, la ocupación del Ruhr por parte de Francia había llevado a su grado más alto a una “crisis de existencia” para la Nación y el Estado alemanes. El fracaso de la política del gobierno alemán de “resistencia pasiva” llevó al país entero a una situación catastrófica. A esto se sumaba “una crisis de la economía y particularmente de las finanzas del país; una crisis parlamentaria, una caída total de la confianza de la clase dirigente en sí misma; una desintegración de la socialdemocracia y de los sindicatos; un crecimiento espontáneo de la influencia del Partido Comunista; un cambio importante de orientación de la pequeñoburguesía hacia el comunismo; una brutal caída de la moral de los fascistas”. Y agrega que “las fuerzas de los fascistas estaban monstruosamente exageradas y, en gran medida, estaban paralizadas. En todo caso, después de julio-agosto, los fascistas estaban seriamente desmoralizados”.

Los “consejos de fábrica” crecían con fuerza y funcionaban como verdaderos soviets. Los obreros abandonaban en masa a la socialdemocracia y se pasaban a las filas del comunismo o ponían sus expectativas en él. Se formaron numerosas “centurias proletarias” (milicias), con las cuales se organizó una manifestación armada de 25.000 trabajadores el 1° de Mayo en Berlín. El KPD tenía una creciente influencia en el movimiento obrero, donde se destacaba el trabajo en el sindicato metalúrgico, con 1.600.000 trabajadores bajo la influencia del comunismo. En ese momento hacía falta en el partido un agudo giro táctico: “había que mostrarle a las masas, y antes que nada al partido mismo, que se trataba ahora de la preparación inmediata de la toma del poder”. Trotsky propuso entonces, en la dirección de la Tercera Internacional, poner fecha a la insurrección alemana y comenzar a prepararla, se ofreció, incluso, para participar en ella, todo lo cual fue rechazado por Zinoviev, el Presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que mantenía una alianza con Kamenev y Stalin contra Trotsky. Este grupo rechazaba la propuesta de pasar a la ofensiva y era hostil a los consejos de fábrica que funcionaban como verdaderos soviets (Trotsky dirá más adelante que la Internacional quería “crear (otros) soviets por telégrafo”).

En ese entonces, la URSS sufría un proceso de burocratización que consolidaría a Stalin en el poder. El curso de la revolución alemana tendría un impacto directo en la batalla que la Oposición de Izquierda libraba contra esa burocratización. La orientación que Trotsky intentará dar en aquel entonces al Partido Comunista Alemán (KPD) chocará con las vacilaciones de la dirección de la Tercera Internacional (Comintern), en manos de Zinoviev-Stalin. La dirección del KPD tampoco estaba a la altura. Las bandas paramilitares del gobierno socialdemócrata habían asesinado en 1919 a los grandes dirigentes del partido, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Los dirigentes que les sucedieron carecían de la talla de aquellos. En 1921, una política ultraizquierdista había llevado al partido a una insurrección, sin existir condiciones para ello, que pronto fue aplastada. A esto siguió una política de trabajo preparatorio (“la lucha por las masas”), pero que terminó llevando a un desvío de la dirección hacia posiciones conservadoras. En 1923, al calor de la crisis, la situación giraba bruscamente hacia la izquierda, pero este giro no estaba siendo acompañado por un giro táctico del partido: “la lucha cotidiana para conquistar a las masas absorbe toda la atención, crea su propia rutina en la táctica e impide ver los problemas estratégicos que se deducen de las modificaciones de la situación objetiva”.

Entre sus conclusiones políticas sobre los acontecimientos de 1923, Trotsky explicaba que “lo más difícil para una dirección revolucionaria en nuestra época de giros bruscos es sentir el pulso de los acontecimientos políticos en el momento pertinente para captar cada giro brusco y cambiar el rumbo a tiempo”. En relación al Partido Comunista Alemán (el KPD), volvía sobre este punto: “es muy difícil para un partido revolucionario pasar de un período de agitación y de propaganda prolongada durante años, a una lucha directa por el poder a través de la organización de la insurrección armada. Este giro provoca, invariablemente, una crisis en el interior del partido. Todo comunista responsable debe prepararse para esto”. Como explicara también en relación a la Revolución Rusa, en los momentos decisivos, algunas semanas pueden decidir la suerte de la revolución por varios años.

El Comité Central del KPD, dirigido por Heinrich Brandler, titubeaba ante los acontecimientos. Las vacilaciones de la dirección del KPD no eran más que un reflejo de las vacilaciones del Comintern, cuyo delegado en Alemania era Karl Radek. El KPD, a su vez, se encontraba dividido entre un ala de “izquierda” (Fischer, Maslow) y un ala de “derecha” (Brandler, Thallheimer). El cambio de táctica del KPD se realizó tardíamente y con vacilaciones. A instancias de la Internacional, en octubre el partido ingresó en los gobiernos socialdemócratas de izquierda de Sajonia y Turingia, con el objetivo de utilizarlos como bastiones para impulsar la insurrección en el resto del país. El gobierno decidió entonces la intervención militar de estas regiones. El KPD delineó un plan insurreccional: el levantamiento armado en todo el país a partir de una huelga general convocada por la conferencia de los consejos de fábrica del 21 de octubre, a propuesta de los comunistas, en defensa de Sajonia y Turingia. En pocas horas la insurrección se extendió a numerosos barrios obreros, donde se pusieron en pie barricadas y se sostuvieron combates con la policía. Pero la dirección del KPD se enredó en negociaciones con la socialdemocracia, la cual se negaba a seguir la política comunista del armamento obrero para defender Sajonia y Turingia. Finalmente, ante el fracaso de las negociaciones con los socialdemócratas, el KPD dio la orden de replegarse y abandonar los puestos de combate sin luchar. La orden llegó tarde a Hamburgo, donde la clase obrera tomó comisarías y varios puntos estratégicos de la ciudad y mantuvo una batalla armada en soledad contra las fuerzas represivas de Estado durante largas horas.

La revolución alemana fue aplastada sin resistencia alguna por parte del KPD. Entre otros factores, la dirección del partido había exagerado terriblemente la fuerza que tenía el fascismo en esta etapa. Frente al fascismo, el KPD fijó una política defensiva y evitaba cualquier tipo de acción arriesgada, a pesar de que los comunistas contaban con el apoyo directo o la simpatía de la mayoría de la clase obrera. El fascismo no se erguía, en esta etapa, como un bloqueo para la toma del poder por parte de la clase obrera, como creía la dirección del KPD. Trotsky dirá más adelante que “ante el espectro del fascismo, el partido se negó a luchar”. La sobreestimación del fascismo por parte de la dirección comunista fue una de las causas del reforzamiento posterior de aquel.

Revolución y contrarrevolución

El fracaso de la revolución alemana de 1923 marcó un quiebre en la situación mundial en varios aspectos. Para los partidos comunistas, comenzó un período de reflujo generalizado. El capitalismo se dio los medios para alcanzar cierta estabilidad económica y política en Alemania. En Rusia, la derrota alemana aceleró el proceso de burocratización del Estado Obrero. Trotsky sostuvo que “los acontecimientos alemanes de 1923 marcaron el punto de inflexión que abrió un nuevo período posleniniano en el desarrollo de la Comintern”.

La socialdemocracia alemana, que se había desmoronado como un castillo de naipes en la crisis de 1923, comenzó a recuperarse y, luego, a crecer, en gran medida a expensas de los comunistas. En las elecciones de mayo de 1924, el KPD obtuvo 3.700.000 votos. La cifra era un remanente del enorme influjo del partido comunista en las masas, que no haría otra cosa que retroceder en adelante, tanto en votos como en organización. Este retroceso sería, más adelante, aprovechado por Hitler y los nazis para asestar una derrota definitiva al movimiento obrero alemán.

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