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En 1923, al calor de la gigantesca crisis alemana, el partido nazi (NSDAP) alcanzó los 55.000 afiliados. La mayoría eran miembros de las clases medias y algunos de los sectores más acomodados, pero también había comenzado a reclutar entre los obreros. La crisis de 1923 y la derrota de la revolución alemana se presentaban, en la concepción de los nazis, como una oportunidad para hacerse con el poder, imitando a la “marcha sobre Roma” con la que un año antes el líder fascista, Benito Mussolini, había hecho lo propio en Italia.
La fuerza de los nazis, sin embargo, estaba sobredimensionada por la repercusión de sus actos violentos. En realidad, no tenían capacidad para poner en jaque al gobierno ni arrastrar tras de sí a la mayoría de la población. Sus fuerzas, por otra parte, se concentraban en Baviera y no conocía mayores apoyos en el resto de Alemania. Aun así, con plena confianza en sus propias fuerzas, Hitler impulsó un golpe de Estado que se conoció como “el putsch de la cervecería”.
El golpe, por supuesto, no era sólo de Hitler y su grupo. El Estado de Baviera, del cual Múnich era la capital, se encontraba gobernado por un triunvirato derechista, compuesto por el Jefe de Policía y el General de las Fuerzas Armadas locales, además del primer ministro bávaro. Ese triunvirato se encontraba enfrentado con Berlín, sede del gobierno socialdemócrata de Friedrich Ebert. No pocos mandos del ejército alemán habían manifestado sus simpatías con un golpe. El plan de Hitler era impulsar una acción armada junto al gobierno bávaro, que atrajera la adhesión del ejército para marchar sobre Berlín y derrocar al gobierno socialdemócrata. La participación en el golpe de quien fuera Jefe del Estado Mayor alemán durante la Primera Guerra Mundial, el general Erich Ludendorff, parecía garantía segura de que el Ejército se plegaría al putsch. Por su parte, las fuerzas armadas del Estado de Baviera (Reichswehr) colaboraron en la instrucción y preparación de las fuerzas de choque nazis que protagonizarían el golpe.
A último momento, sin embargo, el triunvirato se echó atrás, generando desconcierto en los nazis. Hitler decidió emprender una acción golpista contra el propio gobierno bávaro y, de allí, marchar a Berlín. Al líder nazi no le quedaban opciones. Sus tropas se mantenían unidas a la expectativa de un asalto al poder. La postergación de este proyecto generaba en Hitler el temor de que cundiese la desmoralización entre sus fuerzas paramilitares y que abandonasen el partido. El 8 de noviembre Hitler y las SA irrumpieron armados en un mitin del ministro bávaro en una cervecería de Múnich, ante 3.000 personas. Allí, los nazis anunciaron el comienzo de la “revolución nacional” que llevaría al gobierno al general Ludendorff.
El golpe no recibió el apoyo esperado. El Ejército cerró filas con el gobierno. El plan de ocupar las centrales telefónicas y los ferrocarriles no prosperó. En el resto de las ciudades donde se esperaba replicar el golpe, las acciones se frustraron rápidamente. El golpe era un fracaso absoluto. Finalmente, Hitler huyó y se escondió en el campo, pero fue descubierto y encarcelado. El partido nazi fue prohibido en todo el territorio alemán.
Hitler y los implicados en el putsch fueron llevados a juicio. El intento de golpe era considerado como delito de “traición” y los autores del putsch, además, habían asesinado a cuatro policías. Ambos delitos solían ser castigados con la pena de muerte. Sin embargo, Hitler y sus allegados recibieron apenas cinco años de cárcel. Según el propio tribunal, a los acusados “les había movido a actuar un puro espíritu patriótico y la más noble voluntad”. La condena era absolutoria para el conjunto de dirigentes políticos que planificaron con Hitler el intento golpista, así como para los participantes del ejército que contribuyeron a la instrucción de los paramilitares. Pero Ludendorff fue absuelto y toda la acusación se centró sobre Hitler. Fue enviado a una prisión de privilegio donde, durante su estancia, recibió más de 500 visitas. El intento de golpe y el juicio posterior le valieron de inmensa propaganda y despertó el apoyo de los más rabiosos nacionalistas alemanes. En diciembre de 1924, sin que pasara un año de dictada la sentencia, el Tribunal Supremo decidió la libertad condicional de Hitler.
El gobierno alemán pronto suspendió la prohibición que se había levantado sobre el partido nazi y Hitler volvió a pronunciar sus encendidos discursos políticos y a publicar su periódico. Sin embargo, la situación se había vuelto más desfavorable para sus proyectos. Por un lado, durante la ausencia de su líder, los nazis se trenzaron en interminables disputas entre pequeñas camarillas enfrentadas. Por otro lado, con la desaparición de la temible amenaza proletaria, debido a la derrota de 1923, no sólo la posición del Partido Comunista se vio debilitada sino también la de los nazis. El restablecimiento de un cierto equilibrio económico y político en Alemania desplazaba a las fuerzas fascistas a un segundo plano; el primero sería ocupado en el siguiente período por las fuerzas centristas y pacifistas.
Después de que la hiperinflación alcanzara su punto más alto, el Canciller del Reich, Gustav Stresemann, detuvo la emisión monetaria e introdujo una nueva moneda, el Rentenmark, que sirvió como base provisional para las relaciones comerciales. Pero el Retenmark, al igual que la moneda anterior, no tenía reservas que la sustentasen, por lo que su capacidad para resolver la crisis inflacionaria era mínimo. La solución a este problema vino, finalmente, con el Acuerdo Dawes, firmado en 1924 entre Alemania y una comisión integrada por las fuerzas aliadas y presidida por Estados Unidos, que garantizaba el giro de préstamos norteamericanos a cambio de un control sobre las finanzas alemanas y varios de sus recursos.
El plan Dawes fue materia de una furibunda agitación política por parte de la derecha nacionalista, que denunciaba el control extranjero de los recursos y finanzas del país. Pero, por el momento, la moneda alemana se estabilizó, los niveles de empleo comenzaron a mejorar, las relaciones comerciales se reanudaron y el poder adquisitivo de los salarios se recuperó.
En mayo de 1924, el KPD obtuvo 3.750.000 votos y los nazis cerca de 2.000.000. El Ejecutivo de la Tercera Internacional caracterizó que el comunismo se encontraba en ascenso y que el KPD mejoraría su desempeño electoral en adelante. En relación a los 3.700.000 votos, Zinoviev sostenía que “si tenemos en Alemania, en el aspecto parlamentario, la proporción de 62 comunistas por 100 socialdemócratas, esto debe probar a todo el mundo cuán próximos estamos de la conquista de la mayoría en la clase obrera alemana”. Pero, en las elecciones de marzo de 1925, convocadas debido a la muerte prematura del presidente Friedrich Ebert, el KPD cayó a 2.000.000 de votos y, en adelante, no haría más que seguir descendiendo. Por el contrario, la socialdemocracia, que en 1923 se descomponía como una fruta podrida, se alzaba en 1925 con 8.000.000 de votos, apenas por detrás de la primera fuerza electoral triunfante, encabezada por el mariscal Hindenburg. Por su parte, la votación de los nazis, que llevó como candidato al general Ludendorff, se desplomó a 250.000 votos.
Al calor de una cierta estabilización económica, las fuerzas centristas y “democráticas” comenzaron a jugar un papel protagónico en la situación general europea. Estados Unidos fue el garante de la precaria paz europea, sustentada en el flujo sostenido de dólares. En esta etapa llegaron por primera vez al poder los partidos reformistas de importantes países, como el Partido Laborista en Inglaterra en 1924 o el Bloque de Izquierda en Francia en el mismo año. Este ascenso daría también impulso a la socialdemocracia alemana. Trotsky explicó que “el fracaso de la Revolución Alemana marca un nuevo período en el desarrollo de Europa y, en parte, del mundo entero. Hemos caracterizado este nuevo período como el período en que los elementos democrático-pacifistas de la sociedad burguesa llegaron al poder. Los fascistas dieron paso a los pacifistas, demócratas, mencheviques, radicales y otros partidos pequeñoburgueses”.
La responsabilidad de la capitulación del partido comunista alemán en 1923 recaía en su dirección, cuya figura predominante era Heinrich Brandler. Este, sin embargo, no hizo más que reproducir la política dictada por Radek, Zinoviev y Stalin desde la Tercera Internacional, pero para calmar el descontento de las bases del partido, el Ejecutivo de la Internacional expulsó al conjunto de la dirección brandlerista, utilizándola, además, como chivo expiatorio de la derrota.
En la primavera de 1924, el KPD realizó su Congreso en Francfort, donde se desplazó a la fracción brandlerista sin la menor evidencia de que la derrota de 1923 hubiera sido comprendida ni asimilada. Posteriormente, en el número 5-6 de su Boletín de Información, la Oposición de Izquierda Alemana decía que “el error más grande de la izquierda en el Congreso consistió en no haber dicho al partido de una manera suficientemente vigorosa la gravedad de la derrota de 1923, en no haber extraído las conclusiones necesarias, en no haber explicado al partido con sangre fría y sin adornos las tendencias de la estabilización relativa del capital, y, por consiguiente, en no haber presentado ni el programa ni las consignas a seguir en el periodo inmediatamente posterior”.
La dirección de la Tercera Internacional era la responsable de esta orientación. En junio-julio de 1924, pocos meses después de la muerte de Lenin, la Internacional realizó su V Congreso, donde la derrota de 1923 fue considerada como un pequeño “episodio” en medio de una situación revolucionaria que aún continuaba “presente”. El Ejecutivo de la Tercera Internacional aseguraba que “el Partido Comunista de Alemania no debe borrar del orden del día la cuestión de la insurrección y de la conquista del poder. Por el contrario, debemos plantearnos esta cuestión con toda urgencia y concretamente. (…) El Partido Comunista de Alemania debe, como antes, continuar con todas sus fuerzas la labor de armar a los obreros”.
Por otro lado, realizó una completa identificación entre el fascismo y la socialdemocracia: “cuanto más se descompone la sociedad burguesa, tanto más todos los partidos burgueses, sobre todo la socialdemocracia, toman un carácter más o menos fascista”. Zinoviev, desarrollando esta tesis, sostuvo que “la socialdemocracia se ha convertido en un ala del fascismo”. Stalin complementaba luego afirmando que “la socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo (...) Estas organizaciones no se excluyen sino que se complementan. No son antípodas, sino gemelas”. Esta fue la orientación que se llevó adelante en Alemania durante 1923-1925, en lo que se conoce como el período ultraizquierdista del KPD y de la Internacional. Los resultados fueron desastrosos.
Trotsky combatía toda esta amalgama de dislates que llevarían a la derrota de la clase obrera. En primer lugar y tomando nota de las derrotas sufridas por el proletariado europeo entre 1919 y 1923, señala que “se deben cambiar las velas teniendo en cuenta que el viento es contrario y ya no favorable”: esto significaba que la insurrección no estaba a la orden del día y que la tarea de los revolucionarios era unificar a las masas mediante reivindicaciones parciales y batallas preparatorias. Mientras el partido comunista alemán hablaba de preparar la insurrección, amplios sectores del proletariado, con expectativas de un cierto progreso económico, volcaban sus simpatías hacia la socialdemocracia. El partido comunista debía llevar adelante un trabajo para volver a conquistar a las masas obreras que volvían a ser influenciadas por el reformismo.
La supuesta “identidad” entre socialdemocracia y fascismo fue también refutada sin reservas por Trotsky. Mientras que la socialdemocracia se apoyaba en los sindicatos y las organizaciones obreras –para llevarlas a la colaboración con la burguesía- el fascismo pretendía aplastar y prohibir a esas mismas organizaciones. Trotsky dirá del fascismo que “alimentado por la socialdemocracia, está obligado a quebrarle a ésta la espina dorsal para llegar al poder”. La clase obrera alemana difícilmente podía entender esa identificación que hacía el KPD entre el fascismo y la socialdemocracia.
El desplazamiento de Brandler de la dirección del KPD fue, para Stalin-Zinoviev, una purga, por un lado, y un giro político, por el otro. El KPD pasó a estar dirigido por Arkadi Maslow y Ruth Fischer en Berlín y Ernst Thälmann en Hamburgo. Estos dirigentes habían formado con anterioridad un ala ultraizquierdista del KPD: se habían opuesto a la política del Frente Único del partido y de la Tercera Internacional y también al trabajo en los sindicatos dirigidos por la socialdemocracia, promoviendo en su lugar la creación de sindicatos paralelos.
El resultado final de esta orientación fue un nuevo retroceso del partido comunista y una pérdida de su influencia en grandes sectores obreros. Tiempo después, Stalin procedería a una nueva purga de la dirección del KPD y daría un vuelco en su orientación política, renegando de todas las posiciones defendidas recientemente. De esta manera, el KPD se transformaba definitivamente en un instrumento de los caprichos de la burocracia soviética. Las direcciones partidarias eran eliminadas ante cada nuevo fracaso. La Oposición de Izquierda, que encarnaba un programa revolucionario, no lograba consolidar posiciones. Poco después de la derrota de la revolución alemana se llevaba adelante la primera represión, por parte de la burocracia de Stalin, contra el reagrupamiento liderado por León Trotsky. Esta política represiva habría sido difícil de imaginar si el proletariado alemán hubiera triunfado, con el consiguiente contagio a la clase obrera de la URSS. Se estaba desarrollando una gigantesca crisis de dirección del proletariado, sin la cual no puede explicarse la llegada del fascismo al poder.
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