Escribe Jorge Altamira
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El fin de semana pasado tuvo lugar una reunión de los países del G-7, que es en realidad el directorio político de la OTAN. La OTAN es un conglomerado imperialista de alrededor de treinta naciones, que se divide, sin embargo, entre estados opresores y estados vasallos oprimidos. El evento, que tuvo lugar en Hiroshima, Japón, es un caso monumental de hipocresía, porque pretendió ser una suerte de homenaje a las víctimas del ataque atómico descargado, en 1945, por Estados Unidos, cuando la agenda de la reunión de marras contemplaba fundamentalmente nuevos planes de agresión militar en Ucrania y en Rusia, que podrían desatar una guerra nuclear. 78 años después del bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos continúa respaldando y justificando esa acción genocida. Al igual que Japón con las masacres que cometió en China durante una década, los gobiernos norteamericanos se han negado sistemáticamente a reconocer la criminalidad de esos bombardeos.
La reunión del G-7 tuvo por objeto preparar minuciosamente lo que se ha dado en la llamar la “contraofensiva” de Ucrania contra el ejército de Rusia en toda la franja oriental que va de la frontera rusa hasta la península de Crimea. La “contraofensiva” incluye asimismo ataques al territorio ruso, a una escala superior a los atentados y acciones de comando que han tenido lugar recientemente. Se trata, entonces, no de una contraofensiva sino de una escalada militar de proporciones. Voceros de Estados Unidos y de Alemania han justificado esta escalada por la necesidad de golpear las rutas de abastecimiento militar transfronterizos al ejército ocupante. Se trata, sin embargo, de un reconocimiento a medias, porque los drones que atacaron el Kremlin o Crimea, o los misiles contra ciudades rusas, van mucho más allá de ese propósito. Biden, el presidente norteamericano, ha repetido infinitas veces su oposición a atacar territorio ruso por el temor de provocar una tercera guerra mundial.
El plato fuerte de la reunión de Hiroshima fue el anuncio de que se autorizaría la entrega al ejército de Ucrania de aviones F-16 que se encuentran en poder de países europeos, y que se entrenaría para su uso a varios miles de soldados ucranianos. Los F-16 tienen un radio de acción de 800 kilómetros, pero pueden portar misiles con un alcance de más de dos mil kilómetros, o sea bien adentro de Rusia. Una reciente filtración del Pentágono reveló que parte de los futuros pilotos son adiestrados por ‘consejeros’ de la OTAN en la misma Ucrania. La guerra de Ucrania por la “autodeterminación nacional” ha redundado, por el contrario, en su colonización más absoluta por parte de la OTAN. Una Ucrania independiente es inconcebible sin la expulsión revolucionaria de ese bloque imperialista de su territorio. Con el pretexto de colaborar con la financiación de la guerra, el gobierno ucraniano está procediendo, además, a una masiva privatización de tierras y empresas, en conformidad con un acuerdo con el FMI. Con la misma justificación se han reducido los salarios y se ha abolido el derecho laboral. La consigna que cerró la reunión del G-7 en Hiroshima fue “apoyar a Ucrania todo lo que sea necesario y por el tiempo que fuera necesario”, lo que ha llevado a muchos a advertir, luego de 15 meses de guerra, contra el peligro de “una guerra mundial”. Hasta ahora, la ayuda militar y económica de la OTAN a Ucrania ha llegado a la suma de 135 mil millones de dólares. Un gasto que deberá aumentar, aunque Estados Unidos ingrese en una improbable suerte de default, como consecuencia de haber alcanzado el techo legal permitido de endeudamiento de 31.5 billones de dólares.
La prensa internacional da cuenta de una división de opiniones o planteos en los círculos de la OTAN acerca del propósito estratégico de las decisiones tomadas en Hiroshima. Son numerosos quienes sostienen que el objetivo de la “contraofensiva” debe ser forzar a una negociación, sea con más ventajas en el terreno, sea forzada ante el fracaso frente a un enemigo que habría construido una línea territorial de defensa poderosa. La reunión del G-7, sin embargo, se puso de acuerdo en lanzar una ofensiva contra China, para que cese sus acuerdos comerciales con Rusia, abandone sus pretensiones sobre el sector oriental del Mar de China y renuncie a sus objetivos de predominio tecnológico. De acuerdo a algunos medios, empresas privadas de China estarían contribuyendo con insumos fundamentales para la industria militar de Rusia. Los asistentes a Hiroshima votaron reorientar sus inversiones de “riesgo” de China hacia otros Estados y territorios. En el estado al que ha llegado la crisis, los armisticios o negociaciones de paz no tienen la capacidad de recuperar el equilibrio anterior a la guerra ni alcanzar uno nuevo.
Las propuestas del financista Elon Musk de entregar a Rusia los territorios ocupados y Crimea, y de anexar Taiwán a China, como Estado autónomo, tipo Hong Kong, responden a la utopía de llegar a un estado de ultraimperialismo, o sea a la fusión internacional de los monopolios más avanzados.
La entrega a Ucrania de los F-16, como antes los misiles Himnars y Patriots, y el despliegue de cohetes supersónicos de parte de Rusia, invalida la posibilidad de continuar una larga “guerra de desgaste”, protagonizada exclusivamente por tanques y artillería. Mientras la OTAN se jacta de neutralizar los proyectiles que lanza Rusia contra la infraestructura de Ucrania, como si fueran los que dispara la Jihad desde Gaza, Rusia se ufana de ‘desactivar’ las baterías antiaéreas de la OTAN. La escalada de la guerra anunciada en Hiroshima será librada con armas de última generación.
Antes de alcanzar el carácter de una guerra nacional para Rusia, un ataque sistemático a su territorio por parte de la OTAN sería una catástrofe para la humanidad. Hay sectores del trotskismo (una minoría, la mayoría va a la rastra de la OTAN) para quienes la guerra, en su fase actual, tendría ese carácter nacional y una victoria de Rusia tendría alcances emancipadores. Caracterizan que Rusia fue “provocada” por la OTAN a responder con la invasión de Ucrania. En toda guerra imperialista, los bandos en pugna se sienten ‘provocados’ y justifican su contenido imperialista con argumentos defensivos. La Rusia de la oligarquía capitalista no reúne ninguna condición de oprimida; la invasión a Ucrania, por parte de Putin, responde a la defensa de sus intereses de clase opresores en la pugna internacional con el imperialismo establecido. Una victoria militar de Rusia es una fantasía reaccionaria; más aún porque ha establecido una división criminal entre los obreros de Rusia y Ucrania. En oposición a esta perspectiva contrarrevolucionaria, la IV Internacional plantea la unidad internacional del proletariado para poner fin al capitalismo y a sus guerras.
La lucha contra la guerra entre la OTAN y Rusia debe partir de una caracterización clara de su carácter imperialista y de su alcance mundial. Debe ser denunciada como la consecuencia y la expresión de la agonía mortal del capitalismo, que amenaza con una tragedia humanitaria sin precedentes. Esta comprensión debe servir para unir a los trabajadores en lucha de todo el mundo, para poner fin a la dominación del capital.
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