Drones de la OTAN sobre el Kremlin

Escribe Jorge Altamira

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Los drones que lanzaron explosivos sobre el Kremlin el jueves pasado fueron atribuidos por los círculos de la OTAN a una operación de bandera falsa por parte de Putin, como un pretexto para desencadenar una renovada ola de ataques de Moscú contra la infraestructura civil y militar de Ucrania en vísperas de la anunciada “contraofensiva”. La operación tuvo lugar cuando la OTAN anuncia que ha completado el 96% de los preparativos de una “contraofensiva” para desalojar al ejército de Rusia de los territorios del este y sur de Ucrania. Convenientemente, mientras se desarrollaba el ataque a la sede del gobierno de Rusia, el presidente de Ucrania se encontraba de visita en Finlandia. Zelensky continuó viaje a La Haya, en los Países Bajos, y buscaría sorprender con su presencia en la ceremonia de coronación de Carlos III del Reino Unido. Para algunos, la bandera falsa tendría el objetivo de bloquear las tratativas inciertas entre Pekín y Kiev.

Desde el inicio mismo de la guerra, Estados Unidos dejó en claro que una victoria de la OTAN estaba condicionada a un derrocamiento de Putin y a la instalación de un gobierno dispuesto a discutir la rendición de Rusia. Así lo señaló, en forma explícita, Joe Biden, en un discurso a una brigada de intervención de Estados Unidos instalada en Polonia. Es una alternativa que se desprende mecánicamente del rechazo a negociar un acuerdo que suspenda las hostilidades y establezca negociaciones de conjunto. Con esta finalidad, la OTAN estableció un régimen excepcional de sanciones económicas contra Rusia, sin importar su impacto en el comercio de numerosas naciones ajenas al conflicto. Las sanciones han provocado un retiro del mercado de deuda de Estados Unidos por parte de numerosos países y un acrecentamiento de las reservas en oro de los principales Bancos Centrales. El pivot de esta guerra económica afecta a naciones como China, India, Brasil, Indonesia o Singapur.

Hace pocos meses hubo, en efecto, una operación de falsa bandera cuando Zelensky atribuyó a Rusia la caída de misiles en el este de Polonia, que enseguida se reconoció que habían sido lanzados por Ucrania, accidentalmente o no. Una investigación del célebre periodista norteamericano Seymour Hersh puso al desnudo que los explosivos que dañaron al NordStream 2, un gasoducto que debía conectar a Rusia con Alemania, fue una operación combinada de Estados Unidos y Dinamarca. Lo mismo ocurrió con los explosivos colocados en el puente más largo del planeta, que une territorio ruso con Crimea. Más recientemente fue atacada la base naval de Sebastopol, ubicada en esa península, la más importante de la marina de Rusia. La extraterritorialidad de la base, ubicada en territorio ucraniano cedido por la Unión Soviética, fue reconocida en los acuerdos internacionales que siguieron a la desvinculación de Ucrania de la ex URSS. Con esta consideración, se puede decir que el ataque a la base ha sido a un territorio de Rusia. Una de las finalidades expresas de la “contraofensiva” de la OTAN, que debería comenzar antes del inicio del verano norteño, es precisamente cortar el corredor que une a los territorios ocupados por Rusia con la península de Crimea y la base de Sebastopol. Lejos del relato que lo aleja de la guerra, el territorio de Rusia está integrado a su escenario. Los drones con explosivos sobre la Plaza Roja constituyen una advertencia.

La llamada “contraofensiva”, cuyas primeras operaciones ya han tenido lugar en la provincia de Kherson, adolecería de fuertes limitaciones, según lo han puesto en evidencia los documentos filtrados recientemente del Pentágono. Una insuficiencia en cuanto al material bélico como a los recursos humanos. Un empantanamiento de la “contraofensiva” podría dar lugar a una mesa de mediadores, como reclaman Xi Jinping y Lula, pero también a una escalada militar. Para algunos comentaristas, la admisión de una salida negociada golpearía duramente la continuidad del gobierno de Biden. Una escalada supone la provisión a los contingentes ucranianos de aviación, misiles de largo alcance y naturalmente un arsenal de drones.

Más allá de las imputaciones que se prodigan unos y otros acerca de la responsabilidad de la operación, la llegada de dos drones de la OTAN al centro de Moscú deja al descubierto nuevas falencias de inteligencia y de organización por parte del gobierno de Putin. La burocracia reaccionaria de Putin no ha pensado nunca en enfrentar a la OTAN por medio de una confraternización con las masas ucranianas; por el contrario, ha apoyado a todos los gobiernos restauracionistas de la oligarquía de Ucrania. Putin enfrenta a la OTAN por medio de una política de represalias militares, bombardeos indiscriminados, la acción de mercenarios privados y la represión al interior de Rusia. Rusia celebra el próximo martes un aniversario de la derrota del nazismo, por parte del Ejército Rojo, pero Putin no empalma con esta tradición revolucionaria, porque su credo, repetido hasta hartazgo, no es la reconstrucción de la URSS sino del Imperio Zarista.

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