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“Saltimbanquis, corazón, canto vivo del bufón inventando algarabías”, cantaban Los Saltimbanquis, la centenaria murga uruguaya, en su presentación del año 1983.
Careciendo de la gracia del arlequín, La Izquierda Diario intentó una serie de acrobacias teóricas para anunciar la llegada a sus filas de Adriana Rabey, quien se declara militante del Partido Obrero desde 1998, del cual tuvo una espinosa salida bastante antes de las expulsiones de los militantes de la Tendencia; tardíamente se declaró simpatizante del PO Tendencia y más tarde integrante del disuelto POR chileno, por el cual tuvo un paso liquidador, para finalmente recabar en las filas del PTR (versión chilena del PTS).
Poniendo en juego habilidades propias de una saltimbanqui de la política, el texto reflota los viejos argumentos del PTS para autoreivindicar su ´combate´ contra el catastrofismo y la caracterización de una fase de decadencia histórica del capitalismo, pasando por la negación del alcance mundial de la guerra en curso y de las tendencias al fascismo, para culminar en la política de adaptación del PTS chileno al fracasado proceso constituyente de Boric y Vallejo, de un lado, y Piñera y Biden, del otro.
El texto al que nos referimos desnaturaliza las posiciones de Política Obrera, las del PTS y hasta la de la supuesta autora. Una acrobacia, ciertamente.
El primero de los malabares teóricos del texto consiste en revivir la cruzada del PTS contra el catastrofismo, es decir, la corriente que señala que el capitalismo es un régimen social históricamente determinado, que en el último siglo transitó una fase última de agotamiento y decadencia, el imperialismo, constituyendo un bloqueo para el desarrollo de la humanidad. El PTS rechaza el subtítulo del capital: “Las leyes de la transformación histórica del capitalismo hasta su disolución” (edición Siglo XXI). Esta premisa, que La Izquierda Diario atribuye con razón al PO histórico y hoy a Política Obrera, no es otra cosa que el corazón del marxismo y de los planteos de Lenin y de Trotsky. Es la premisa de la revolución socialista.
En contraposición, el texto de marras propone analizar la actual etapa histórica “a la luz de los equilibrios y desequilibrios” del capitalismo. Rabey, por lo que se ve, tomó un curso rápido de petesismo, del tipo que promueve la ‘reforma’ educativa. Los ‘equilibrios y desequilibrios’ siempre marcan tendencia, algo que el PTS redondamente ignora: bajo el capitalismo de libre competencia iba en ascenso, bajo el imperialismo en bajada. Los ciclos económicos son importantes, pero desde el punto de vista de la ley del valor importa su tendencia subyacente. Al PTS le preocupa “evitar sobredimensiones (¡!) que afecten una correcta caracterización”. Para Lenin, sin embargo (folleto Doce Años) las 'sobredimensiones' son un método correcto de polémica revolucionaria. Para Marx, “el arma de la crítica” debía abrir el paso a “la crítica de las armas” –un enfoque de raíz despreocupado por la “correcta caracterización”-. La profesión de fe en la capacidad eterna de autoregeneración del capital es vulgar y conservadora. El capitalismo no se autoregenera nunca, entendido como un retorno a un punto de partida previo; lo hace pendiente abajo, de la democracia al fascismo y la barbarie, y de las guerras nacionales a las guerras imperialistas. El PTS vuelve a ubicarse junto a Claudio Katz, en la polémica que mantuvo con Pablo Rieznik a propósito del significado de la crisis de 2007/8. Ver al respecto En defensa del catastrofismo y Catastrofismo, forma y contenido, de Pablo Rieznik. Con un agregado: el PO anticipó y pronóstico esta crisis (Altamira, "No fue un martes negro más", 2010); el PTS la adoptó cuando fue un hecho consumado.
Entre las ´sobredimensiones´ más actuales a las que conduciría el catastrofismo, la Izquierda Diario encuentra la caracterización de Política Obrera sobre el “alcance mundial” de la guerra entre la OTAN y Rusia (y China). Treinta Estados desarrollados y semidesarrollados de la OTAN en guerra contra Rusia y provocaciones militares y económicas contra China (casi 1.600 millones de seres humanos entre ambos) es, para el PTS, un conflicto “focalizado”, que ahora se extiende al Danubio y a África occidental. Desde el inicio, el PTS se esforzó por atribuirle al conflicto un carácter “focalizado”. Para el PTS, la guerra de la OTAN es ‘nacional y popular’, porque tiene por objetivo asegurar la autodeterminación de Ucrania, o sea, una guerra histórica nacional dirigida por el bloque político-militar de los opresores de naciones. Esto, que está perfectamente documentado en la polémica que sostuvimos el año pasado (ver El cambalache del PTS ante la guerra de la Otan y Putin y El PTS: una posición reaccionaria frente a la guerra OTAN-Rusia), la Izquierda Diario lo trasforma ahora en una “acusación”. Un malabar con mala suerte, porque las pelotas terminan rápidamente en el piso cuando a renglón seguido la articulista sostiene que Política Obrera hace una “exacerbación (¡!) de la consigna ‘abajo la guerra imperialista’”. Claramente, el PTS se inscribe en el campo de los que rechazan la movilización del proletariado internacional contra la guerra. Lo que manifiestamente quiere es que la guerra prosiga hasta el último ucraniano y el último ruso vivo.
¿En qué quedamos? Por supuesto que asumimos esta ‘exacerbación’; es una regla de la vida misma: aplicar una fuerza adicional para no subestimar la fuerza del enemigo. En la guerra, el círculo académico del PTS denuncia nuestros malos modales en la mesa. Hemos llevado la guerra a los spots electorales, en tanto que nuestros ‘colegas’ no han hecho ni siquiera un acto público para abogar por la autodeterminación de Ucrania, o sea, por la victoria de la OTAN y la conversión de Ucrania en una colonia del FMI. Hay algo, sin embargo, redondamente cierto en nuestra posición: si esta no es una guerra mundial, es incuestionablemente su primera etapa. Para nuestros críticos no es nada –es la normalidad misma, en las condiciones del capitalismo-. Es sólo cuestión de ajustarse.
El FIT-U oculta la guerra en sus publicaciones teóricas; no es tema de propaganda popular ni de agitación política. Los más vibrantes entre los grupos del FIT-U están Izquierda Socialista y el MST, totalmente movilizados detrás de Zelensky. Estos dos no ‘exageran’ ni ‘exacerban’: ¿será que apoyan a la OTAN ‘moderadamente’? La crítica a nuestras posiciones las ha encabezado Juan Chingo, un dirigente afrancesado, lo que refleja la postura otaniana del conjunto de la ‘izquierda’ francesa.
Pasada la presentación, el cuplé del PTS nos tiene aún reservadas muchas ‘exacerbaciones’ más. La ‘sobredimensión’ nos llevó también a una ‘sobredimensión’ de la cuestión del fascismo. De acuerdo con la articulista, “caracterizaciones ‘catastrofistas’ de avance del fascismo pueden llevar a subordinaciones al reformismo”. Curioso método polémico – stalinista, la crítica por inferencia-. Si alguien caracteriza mal un fenómeno, la alternativa no es que se corrija, sino que se despeñe en la práctica. Es un método que los franceses llaman “procés d’intention” -atribuirle al otro intenciones que el otro no reivindica ni reconoce-. Brinda como ejemplos “el voto (de Política Obrera) a Lula contra el ‘fascismo’ (Bolsonaro) o a favor de Boric contra el ‘facho’ Kast”. Para el PTS esto “demuestra que la denuncia de que el FIT o el PTS en Argentina estaban buscando reemplazar a la centroizquierda en crisis, no tienen ningún sustento, cuando han sido ellos los que se han subordinado a variantes reformistas”.
Como buena acróbata de la política, se hace difícil establecer los puentes conceptuales que unen los movimientos de nuestra saltimbanqui. Por la utilización de las comillas, se comprende que el PTS descalifica la caracterización de Bolsonaro o Kast como fascistas, y la califica de “impresionista”. Podríamos sumar a la lista al golpe de Trump en EE. UU., que el PTS se negó a enfrentar aduciendo que se trataba de una invención de los demócratas, o mucho antes el voto en blanco entre Evo Morales y “Tuto” Quiroga, tras la insurrección boliviana que derribó al gobierno de Sánchez de Lozada en octubre de 2003. Cada episodio merecería una caracterización concreta, que escapa a los objetivos de este artículo, pero entre todos ellos podemos establecer un hilo de continuidad: la neutralidad o equidistancia del PTS frente a un intento de consolidación de una corriente fascista o contrarrevolucionaria; más aún, el enemigo principal no es nunca, para el PTS, el fascismo. En estas circunstancias, el voto en blanco o el abstencionismo no son sino un grito de autoproclamación. Esto ya no es un malabarismo, sino un verdadero despropósito político.
En el caso de Brasil, el carácter fascista de Bolsonaro estaba dado por la coalición conocida como “buey, bala y biblia” (agronegocio, milicias y evangélicos), responsable de desatar una guerra civil en la frontera amazónica, de la política criminal durante la pandemia y de la militarización de las favelas, con razzias, represiones y asesinatos a cargo de bandas paraestatales organizadas con la complicidad de los altos mandos, como el caso de las “milicias de Río” que perpetraron la muerte de Marielle Franco. Ignorar todo esto y justificar el votoblanquismo en nombre de que Bolsonaro “aún” no había impuesto un régimen fascista en Brasil es una franca necedad: como afirmamos en su momento, “si ‘ya’ se hubiera impuesto fascismo, también se habría suprimido el sufragio, incluido el voto en blanco”.
El otro salto acrobático es presentar el voto por Lula, sólo en la segunda vuelta -donde compiten exclusivamente dos- como un apoyo al programa o una subordinación al PT, como “una política de derecha” en Brasil. El voto a un candidato determinado en un balotaje, que solo admite dos opciones, no es un apoyo político, sino una alternativa, que debe justificarse por circunstancias concretas. Una corriente de masas en Brasil deseaba firmemente acabar con el gobierno de Bolsonaro, incluso si eso no es acabar con el fascismo. Un partido revolucionario que no contribuye a ese propósito con sus propios planteos y políticas es un residuo sectario. Al momento de votar por Lula, explicamos que para el socialismo militante “la intervención activa en los ‘accidentes políticos’ (en este el choque entre dos coaliciones capitalistas) es fundamental para desarrollar la experiencia de las masas y reclutar fuerzas como consecuencia de ese desarrollo”. Querer apuntarse un éxito doctrinario en medio de una crisis política es propia, no de trotskistas, sino de cretinos. Dos meses después los bolsonaristas intentaron un golpe de Estado con apoyo de parte del ejército, lo cual respaldó nuestra caracterización, no la de los cretinos. Los cretinos no propiciaron ninguna movilización contra el golpe, con el argumento de que la burguesía apoyaba a la coalición de Lula con la derecha. “El apoyo electoral a un candidato ajeno al socialismo y a los intereses históricos de la clase obrera no significa, de ningún modo, un apoyo político o a su política –es, por el contrario, la forma de sostener la hostilidad irreconciliable del socialismo con una salida fascista”. Los revolucionarios no deben nunca abandonar su propia presentación electoral, allí donde puedan hacerlo, para votar a un demócrata contra un fascista, porque lo único que puede aplastar al fascismo es el desarrollo de un partido revolucionario. Otra cosa es en un ballotage. No practicamos el ombliguismo de la “tercera fuerza” ni del “partido que se planta”.
Clarificados estos puntos, dejamos a nuestra saltimbanqui que explique cómo el voto de Política Obrera contra Bolsonaro o el pinochetista Kast justificaría el voto del PTS y del FIT-U en Argentina al proyecto de Constitución de Boric (en especial la saltimbanqui Rabey), que consagra la institucionalidad del Estado capitalista y traiciona todas las reivindicaciones de la rebelión chilena de Octubre de 2019.
El momento final del espectáculo, la retirada, trata sobre Chile, donde las acrobacias del PTS se enlazan hasta alcanzar el cenit. Empezando por el proceso revolucionario de 2019, la Izquierda Diario esgrime que “el PTR definía el proceso como una revuelta y no aún como revolución, porque la clase trabajadora venía actuando disuelta”. Si seguimos esta prescripción académica, desde la Revolución China en adelante no hubo más revoluciones –ni la de Cuba, tampoco la de Nicaragua, una guerra civil que dejó 50.000 muertos-.
Añade que, sobre este punto, se planteó una discusión con Política Obrera “sobre la caracterización en relación a los cabildos (NdeA: digamos, entonces, que las masas tan disueltas no estaban) señalados como potencialidades revolucionarias, cuando en los hechos no se colocaba en cuestión la disputa por el poder, siendo dirigidos por reformistas”. Esto es una verdadera sandez, pero por sobre todo descubre el núcleo metafísico del petesismo. Las revoluciones son, en primer lugar, fenómenos históricos objetivos, independientes de las fuerzas políticas intervinientes. La tarea del partido revolucionario es desarrollar las formas de doble poder que entrañan las rebeliones, las huelgas políticas de masas y las revoluciones, para llevar a la victoria esas revoluciones. Esa fue la política de Trotsky frente a la Revolución Española, dirigida y traicionada por partidos reformistas. ¿O no hubo una Revolución Española?
¿Pero qué hizo, entonces, el PTS para buscar disputarle la dirección de los trabajadores al ‘reformismo’? Según nuestra malabarista, “mientras el POR agitaba la consigna propagandística de Congreso de Base -cuyo eje desde Argentina, había sido uno de los puntos de ruptura con el Partido Obrero y se buscaba trasladar a Chile de manera abstracta- el PTR exigía a la Mesa de Unidad Social y al Comité de Huelga (donde estaba la CUT, la Unión Portuaria y otros sindicatos), el impulso de comités de huelga hacia las bases”. En criollo, el plato recalentado de ‘exigirle’ a Baradel, la CGT y cía. que “encabecen”, “impulsen”, “organicen” “planes de lucha”, sustituyendo a la acción directa de las masas como sujeto histórico independiente. Esta confesión apenas se aproxima a la envergadura de la política conservadora seguida por el PTR-PTS en Chile.
Lo que la saltimbanqui no admite es que la mentada ‘revuelta’ estaba completamente fuera del radar del PTS chileno. El 30 de septiembre de 2019 culminó la Conferencia Nacional del PTR, que planteó que la situación se caracterizaba por un “un bajo nivel de lucha de clases”. En su afán por evitar ‘exacerbaciones’, concluyeron, dieciocho días antes del ‘estallido’ chileno, que “priman rasgos de estabilidad relativa y el escenario electoral toma cada vez más peso (…) el escenario más probable que observamos, es de un mayor predominio de la lucha política de partidos, principalmente en el terreno parlamentario, y ya el año siguiente con el inicio del ciclo electoral”. ¡Qué tal, el terreno parlamentario principal! En su ‘sobredimensionamiento’ de la capacidad autoregenerativa del capital, y del mecanicismo de los “equilibrios” y “desequilibrios”, el PTS siempre ‘exacerba’ la primacía del calendario electoral y la pasividad que asigna a las masas. En esto coincidió 100 % con el aparato oficial del PO, que por la época filosofaba sobre la iniciativa estratégica de la burguesía y su capacidad ilimitada de contención de los trabajadores.
Mientras el PTS se desayunaba con un levantamiento de masas que había descartado como posibilidad política, Política Obrera planteaba las consignas “Fuera Piñera, disolución del Congreso. Huelga general, Constituyente Soberana. Cabildos, Consejos Obreros, Gobierno de Trabajadores”. Apostó a todos los números de la ruleta. Nosotros advertimos contra la pretensión de Piñera de utilizar la convocatoria a la Constituyente para “dar largas al asunto, abriendo un debate interminable con la oposición (…) el objetivo supremo de todo este cabildeo constitucionalista es sacar al pueblo de la calle y crear las condiciones para un viraje contrarrevolucionario”. Frente a esto planteamos que “la condición elemental de una Constituyente Soberana es la expulsión de Piñera del gobierno y la disolución del Congreso. Es decir que la Constituyente asuma el poder político, a partir de la liquidación del poder político que la precede (…) El desarrollo político concreto de este proceso no solamente mandará al basurero de la historia a los partidos políticos actuantes, sino que debe crear órganos de poder propios de las masas –los cabildos populares deben ser suplementados por la creación de consejos obreros y la elección de un Consejo nacional de trabajadores, compuesto por delegados electos y revocables, desde los lugares de trabajo y regionales. El desarrollo del proceso revolucionario reclama revolucionar la organización de masas que impulsa este proceso revolucionario”. Esa fue nuestra caracterización “sobredimensionada” y nuestra orientación. Fue lo que terminó ocurriendo.
En un último salto, el texto de la Izquierda Diario refiere que, una vez culminado el amañado proceso constitucional, “por mayoría partidaria del POR se llama a votar por el apruebo en el plebiscito de salida, frente a la campaña del rechazo de la ultraderecha (…) hubo intentos por discutir esta orientación en común con la comisión internacional de Política Obrera, pero no fue incorporado en tiempo y forma, en las tablas de discusión. Sin embargo, a pocas semanas del plebiscito Jorge Altamira publica una declaración llamando a anular o rechazar (…) Esto produjo un nuevo proceso de crisis del POR, con nuevas deserciones de militantes”.
En esta diatriba, la articulista abandona el traje de saltimbanqui para convertirse en una simple mentirosa, ya que ella misma participó de las discusiones en la comisión internacional, donde se confrontaron las posiciones entre Política Obrera y el POR. Más allá de sus autojustificaciones, lo que es cierto es que el apoyo al apruebo que perpetuaba la privatización de las jubilaciones, de la educación, la salud y la tierra fue el inicio del fin del POR. De nuestra parte, señalamos que “el repudio al engendro constitucional debe ser precedido por el llamado a una huelga general por las reivindicaciones salariales y empleo de las masas”.
Pero veamos, ¿qué posición tuvo, en ese momento, el PTS chileno? El PTR atravesó el proceso constituyente manteniendo su caracterización: “aun con esta crisis y descontento, lo que prima es la pasividad de las grandes mayorías trabajadoras”. Con esta malversación del análisis de la situación, el PTS fue a las elecciones del 2021 con una campaña autorreferencial de corte identitario “centrada en sus figuras: mujeres, disidencias sexuales, jóvenes. El PTR se adaptó a un proceso constituyente que culminó en un amontonamiento de pseudo derechos abstractos sobre las mujeres, los jóvenes, las disidencias sexuales y la plurinacionalidad. Su recorrido histórico y sus actuales posiciones están en completa sintonía con la campaña del apruebo”.
El PTS chileno convocó a “una fuerte campaña contra el rechazo, en nuestros lugares de estudio y trabajo, para no darle ni un espacio a la derecha más rancia que hoy quiere ceder un pelo de sus privilegios”. El PTS se acordó de la pelea contra el fascismo cuando lo esencial era repudiar el engendro reformista. Si se sigue el razonamiento del párrafo citado queda en evidencia que el PTS es incapaz de cualquier análisis y cualquier caracterización, porque todo consiste en atribuir intenciones arbitrarias a unos y otros, lo contrario de la condición objetiva de la que debe partir cualquier caracterización social y política. Esto sí que es usar el cuco derechista para “subordinarse al reformismo”. En esto coincidieron, otra vez, con el aparato del PO, que se manifestó por evitar una campaña por el rechazo para no “confundir nuestra posición con la derecha encolumnada tras él”. Otro macaneo subjetivo. Conocida la aplastante derrota del apruebo, la Izquierda Diario se apresuró “a sacar su conclusión preferida –‘un desplazamiento a derecha de la situación y la agenda política’ (…) Ni percibe que se refiere a la agenda oficial, no de las masas”.
Para Política Obrera, la conclusión fue muy distinta: “El intento de clausurar la agenda popular de la rebelión de octubre de 2019 ha fracasado (…) Quienes votaron con entusiasmo la convocatoria de la Convención (el 78 %) han castigado a los malversadores” y denunciamos que Boric “se apresta a suscribir un pacto constitucional con la Concertación y la derecha, al margen de los trabajadores”.
Como no estamos en un tablado, no se trata de ir cantando como bufones inventando algarabías. La premisa teórica de la catástrofe del capital y su tendencia al derrumbe prueba en la práctica que es la guía para desarrollar una perspectiva revolucionaria para las masas, a ambos lados de la cordillera. Por el contrario, la ‘exacerbación’ de los ‘equilibrios y desequilibrios’ capitalistas enloquece a sus autores y es la base de la adaptación política, que ‘sobredimensiona’ el calendario electoral y desconoce a los trabajadores como sujetos de una acción histórica independiente.