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Nos acercamos a otro 8 de marzo. Bajo las banderas del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres socialistas y revolucionarias hemos luchado por la jornada de 8 horas, el derecho a sindicalizarse, al voto, a trabajar, a igual salario por igual trabajo, a educarnos. Hemos luchado contra todas las guerras imperialistas, contra la barbarie de las religiones desde el Vaticano al Islam, por el divorcio, el aborto, la libertad de los presos políticos, el respeto a las opciones sexuales y contra la violencia, las violaciones, los femicidios.
Hace más de un siglo que las trabajadoras salimos los 8 de marzo a las calles.
De ahí venimos. ¿Y ahora qué?
Hoy vemos cómo este régimen social acabado hunde a la humanidad en la barbarie, coquetea con la guerra nuclear y avanza sobre derechos conquistados por las y los trabajadores en los últimos 150 años.
La guerra imperialista de la OTAN siembra la muerte y Biden amenaza con llevarla hasta China. El sionismo israelí ejecuta niños y jóvenes palestinos, un programa de limpieza étnica. Pero las consecuencias de la guerra llegan mucho más lejos que los misiles y es respondido con paros y movilizaciones multitudinarias en Europa y Estados Unidos, donde familias con trabajo deben comer de los bancos de alimentos y los sintecho duermen sobre las rejillas del subte para no morir de frío.
Nos enfrentamos a la destrucción masiva de los recursos naturales. El planeta todo refleja el desquicio de un régimen social guiado por el lucro. El cambio climático se expresa en inundaciones, inauditas olas calor y de frío, una sequía que expone a 200 millones de niños africanos a la muerte. Multitudes desesperadas migran tratando de salvar la vida. Los derrames de ácido de las mineras, el desmonte para mayor gloria de los sojeros, el glifosato, son la versión nacional de esa catástrofe.
La burguesía en todos sus matices políticos huye hacia adelante con la inflación, la crisis de deudas públicas y privadas, la amenaza de un default internacional. En América latina se suceden los golpes de Estado: ante el derrumbe económico, las crisis políticas, los levantamientos populares, las variantes fascistizantes se postulan como alternativa. Mientras los gobiernos “populares” no ahorran palos contra el pueblo, son las y los trabajadores y los campesinos los que les cierran el paso a los Bolsonaro. Una mujer quechua, Aida Aroni, se ha convertido en el símbolo de la rebelión peruana contra el gobierno criminal de Dina Boularte.
Otra guerra contra las masas son los planes de ajuste, el precio demencial de los alimentos, la luz, el gas; la aniquilación del salario y las jubilaciones, la desocupación, el hambre, el descalabro de los sistemas de salud y la educación. En la Argentina dos de cada tres niños (66%) son pobres y están privados de derechos básicos, como la educación, la vivienda o el agua potable (Unicef). Denunciamos el agotamiento físico y mental de muchas trabajadoras -trabajadoras domésticas, obreras, médicas, enfermeras, docentes, de comercio- y trabajadores, extenuados en jornadas interminables para tratar de llegar a fin de mes. La sobreexplotación se paga con años de vida.
Denunciamos la debacle de la atención de la salud, que ha convertido en una quimera conseguir turno tanto para una operación sencilla como para un tratamiento indispensable.
Es el pan que tenemos servido en nuestra mesa por el gobierno fondomonetarista de los Fernández. Kirchneristas, fernandistas, larretistas y fascistizantes como Bullrich, Macri o Milei, están en una puja desenfrenada para demostrarle al FMI quién es más capaz de aplicar sus recetas.
Un correlato de esta situación es un incremento de la violencia social que se expresa en los femicidios di-a-rios pero también en graves maltratos a niños y a ancianos, en una violencia cotidiana que estalla en la puerta de los boliches, en las barriadas controladas por los narcos.
El gobierno y la oposición ha usado propagandísticamente la violencia contra las mujeres para legitimar un punitivismo que no aplica contra violadores y femicidas (las penas son leves y hasta les entregan la custodia de los hijos) sino contra la juventud de las barriadas y los más pauperizados.
Mientras el derecho al aborto es burlado por los sectores clericales enquistados en el sistema de salud, se persigue descaradamente a los profesionales que lo cumplen. Son los mismos aparatos legales de la Iglesia Católica y Evangélica que calumnian en las redes y amenazan legal y físicamente a las madres protectoras y a las docentes, psicólogas y abogadas que defienden a niños víctimas de violencia y abuso sexual en su propio hogar. Los niños son forzados a revincularse con el abusador en nombre de la institución familiar pase lo que pase puertas adentro.
Este 8 de marzo todas esas cuestiones arden. La gran pregunta es por qué las mujeres estamos presentes en todas las luchas, pero el movimiento de mujeres que supo llenar las calles en el Ni Una Menos y por el derecho al aborto brilla por su ausencia.
La experiencia del ministerio de la Mujer, presentado por la cúpula “feminista” del movimiento de mujeres como la solución a la opresión de género, ha demostrado que solo fue una exitosa política de cooptación que las convirtió en funcionarias, tristes carreristas políticas, mientras todos los problemas de las explotadas no solo se mantuvieron, sino que se agudizaron. Son los mismos sectores que ahora promueven una reforma “feminista” del Código Penal.
El carácter de clase del movimiento de la mujer acaba de ser puesto en evidencia por la Unión Industrial, que se niega a cumplir con la ley de guarderías.
La fragmentación de movimiento de mujeres en múltiples identidades que pelean separadamente por sus reivindicaciones particulares, en vez de avanzar unidas en un programa de emancipación, ha sido otro factor de debilitamiento. En el fragor de la reivindicación identitaria y multicultural, las mujeres mapuches siguen presas sin que el movimiento de mujeres haya sido capaz de denunciar al gobierno represor ni llenar las calles por su libertad.
Llamamos a recuperar la autonomía política y la independencia de clase del movimiento de la mujer – mayoritariamente trabajadoras. Llamamos a desarrollar un movimiento de mujeres que no intente “corregir” o “feminizar” el capitalismo sino que luche por nuestras reivindicaciones y enfrente al Estado, en conjunto con la clase obrera.
Nos reivindicamos de la clase obrera, del gobierno de los trabajadores y del socialismo.
Organicemos reuniones, asambleas, plenarios para organizar un 8 de marzo que sea una gran jornada de lucha, con paros en los centros de estudio y los lugares de trabajo, y una movilización nacional.
Contra el pago de la deuda externa. Por un salario mínimo igual a la canasta familiar. Por el derecho al trabajo y por un plan de viviendas. Por la duplicación de todos los ingresos sociales de la población desocupada y semi-ocupada.
Contra el hambre en las barriadas. Asignación de un cupo de alimentos suficiente por parte de todas las cadenas y superficies comerciales
Cumplimiento del aborto legal. Fuera el clero y sus satélites de la salud, la educación y la justicia. Basta de perseguir a las madres protectoras.
Desmantelamiento de las redes de trata. Contra la violencia en el hogar y los femicidios, organización de las mujeres en las barriadas y lugares de trabajo.
Libertad inmediata a las mujeres mapuches y a sus hijos, desprocesamiento a todos y todas las luchadoras.
Contra represión a los que luchan, organicemos brigadas de auto defensa.
Solidaridad con el pueblo peruano y con el pueblo palestino.
Por la unidad de los trabajadores y trabajadoras de Ucrania y de Rusia contra la OTAN y contra Putin. Abajo la guerra imperialista.
Construyamos una organización internacional y socialista de las mujeres trabajadoras.
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