Escribe Norberto Malaj
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La guerra de la Otan y Ucrania fungió durante todo 2022 como excusa para tapar el agravio constante y creciente del estado sionista contra el pueblo palestino. Con el inicio de 2023 la nueva coalición gubernamental israelí dio un salto: en el curso de los últimos 45 días se han sucedido una serie de masacres sin precedentes en las ciudades-campos de refugiados de Jenin, Naplusa y Jericó. Dejando a un lado las agresiones sobre olivares y campesinos sobre tierras usurpadas a los palestinos por religiosos armados a lo Rambo y que pueblan los asentamientos de la Cisjordania, en cada una de esas masacres Israel mató a un promedio de 10 palestinos e hirió a no menos de 50 (en promedio en cada una). Esas masacres se produjeron a la luz del día, en centros comerciales repletos de gente, mediante asaltos camuflados como vehículos comerciales. Desde allí operaron comandos especiales que simularon ser trabajadores palestinos. El ejército israelí hizo uso y abuso de drones teledirigidos, para espionaje y como bombarderos no tripulados.
En la más sangrienta de estas incursiones, en Naplusa, “los palestinos informaron que el ejército impidió que las ambulancias y los equipos de rescate llegaran a los combates de Naplus mediante disparos o gases lacrimógenos, y que los soldados dispararon contra los periodistas. Tales disparos de advertencia a los equipos de rescate no son nada nuevo. La novedad es que junto con la incursión del ejército en el campo de refugiados de Jenin el mes pasado, el ejército informó a la Media Luna Roja con anticipación, a través del comité de coordinación de seguridad palestino, que no se permitiría que las ambulancias se acercaran demasiado a la escena” (Amira Hass, Haaretz, 23/1).
La (escasa) prensa occidental que cubrió estas masacres las describió como acciones similares a los asaltos que los yanquis hacían en las aldeas de Vietnam. No se escuchan, sin embargo, voces contra estos crímenes de guerra.
Peor aún, el mundo árabe del que Palestina siempre formó parte y que el ´panarabismo´ consideró, en el pasado, la causa de las causas del Medio Oriente, abandonó ésta por completo. La semana pasada “Emiratos Árabes Unidos planteó en el Consejo de Seguridad de la ONU que no convocará a votación sobre un proyecto de resolución que exigía a Israel ´cese inmediato y completamente de todas las actividades de asentamiento en el territorio palestino ocupado´" (Haaretz, 19/2). La medida fue consensuada con la Autoridad Palestina (AP). La única meta que ésta persigue parece ser la esperanza de que el olmo Biden le dé peras. A la administración ´demócrata´ le preocupa que la situación de las masas palestinas no se desborde y que el establishment sionista y la AP mantengan a rajatabla su ´colaboración´ (cuando, de tanto en tanto, la AP amenaza con cortarla, nunca pasó de chamuyo).
Días después del anuncio de los EAU, en una medida que el ministro de relaciones exteriores israelí, Eli Cohen, calificó de “histórica”, el emirato de Omán anunció la apertura de su espacio aéreo a vuelos de Israel. Esa medida, declaró Cohen, “acortará el tiempo de vuelo a Asia, hará que los vuelos sean más baratos”. Por supuesto agradeció “a nuestros amigos estadounidenses" que facilitaron el acuerdo (ídem, 23/2). Omán sigue así los pasos de casi todos los países de la región que han reestablecido relaciones con el estado sionista y/o abierto oficinas comerciales, en particular para la operación de empresas de alta tecnología —muy especialmente de seguridad.
La administración ´demócrata´, que había prometido reconsiderar la instalación por Trump de la embajada norteamericana en Jerusalem, no sólo incumplió. En su lugar extendió los llamados ´acuerdos de Abraham´ de Trump, que permitieron al estado judío hacer tabla rasa con el ´panarabismo´ pro-palestino. En la actualidad el Medio Oriente árabe ha pasado a ser el principal socio comercial del estado sionista. Éste explota el subsuelo marino frente a la franja de Gaza, cuyo gas exporta a Egipto y Jordania —una de las principales fuentes de divisas de Israel. A la inversa, los sionistas, que jamás insinuaron compensar a los palestinos por lo señalado, nunca estrangularon tanto la economía palestina como en el presente. La AP sólo se mantiene en pie a base de la dádiva de los mismos jeques árabes que pactan y comercian con Israel.
¿Hasta dónde llegará la presión de la coalición de halcones sionistas con Palestina? Por lo pronto, Israel se encuentra sacudido por el intento de la alianza de los colonos fascistas que pueblan Cisjordania y los partidos religiosos-mesiánicos (partidarios del “Gran Israel” bíblico). Se ha comparado frecuentemente a Netanyahu con el gobierno del húngaro Orban. Una analista israelí, no obstante, sostiene que es más atinado compararlo con el régimen teocrático-totalitario de Afganistán (Ofri Ilany, ídem, 23/1). Si bien vale por la ubicación geográfica y especialmente por su carácter mesiánico-fundamentalista, la coalición que dirige ahora Netanyahu no sería nada sin el apoyo fundamental de EE.UU.
Sectores laicos de la prensa sionista se preguntan si “existe alguna conexión entre las sangrientas redadas de los últimos meses en Jenin, Jericó y Naplusa y el derrocamiento del sistema judicial por parte del gobierno de Netanyahu”. La respuesta es obvia: el bloque religioso-ultraderechista va por una nueva Nakva (limpieza étnica) en Palestina, para lo cual incluso azuza a la sociedad israelí acusando “la protesta contra el golpe del gobierno como limitada a la comunidad ashkenazi-laica” (ídem).
“La definición de ´masacre´ —dice Amira Hass— es acertada si implica que cuando el ejército quiere, sabe arrestar a la gente sin matarla, y sin matar a civiles desarmados y sacudir una ciudad entera. Pero esta definición desdibuja un hecho importante. Cada vez más jóvenes palestinos están dispuestos a morir en una batalla imposible de ganar con soldados invisibles que invadieron su ciudad. O se niegan a abandonar el edificio donde están sitiados, con el claro conocimiento de que será bombardeado y se derrumbará sobre ellos. El público palestino los ve como héroes valientes porque están entregando sus vidas mientras envían un mensaje colectivo: los militares intrusos no son invitados, y la muerte es preferible a la cadena perpetua o la aceptación y rendición al ocupante”.
En una sociedad palestina donde el 95% de su población nació y vivió siempre bajo un régimen de apartheid no debe llamar la atención esta situación sin salida, de ahogo. Peor aún, según esta misma corresponsal, esos jóvenes, “están convencidos de que los actos que Israel les atribuye habrían producido una sentencia menor en un tribunal militar israelí” que bajo la justicia de la AP.
Israel puede actuar impunemente así por la conducta criminal de todo el imperialismo mundial, incluida la burocracia rusa. Putin viene ofreciendo al estado sionista un salvoconducto para sus incursiones en Siria. Esto explica la actitud ´equidistante´ de Israel en el conflicto Ucrania-Otan, donde los sionistas casi parecen más cerca de apoyar a Rusia que a la Ucrania gobernada por el judío-otaniano Zelensky (hasta ahora Israel se niega proporcionar a Ucrania el sistema de defensa antiaéreo, semi obsoleto incluso, de Iron Maiden).
En Irán Israel ha vuelto a realizar incursiones en forma casi permanente. En este caso Israel estaría actuando de acuerdo con un ala del Pentágono —y vaya a saberse si no del propio Biden. El gobierno ´demócrata´ reconsideraría la promesa de volver a la mesa de negociaciones con los ayotalas, para retomar el acuerdo nuclear sellado en su momento por Obama y que Trump ´bombardeó´. Irán es el principal proveedor de drones al ejército ruso.
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