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El viernes pasado tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Irán. Fueron convocadas de forma imprevista como consecuencia del fallecimiento de Ibrahim Raisi y Hossein Amir Abdollabhian, presidente y vice de la nación, en un accidente de helicóptero. En guerra con el Estado sionista, luego de los ataques de Israel a la embajada de Irán en Damasco, Siria, y las represalias recíprocas con misiles entre ambos Estados, estas elecciones se presentaban, aunque con reservas, como muy importantes. Luego de la severa purga de candidatos por parte del líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, quedó en carrera Masoud Pezeshkian, del ala reformista o centrista del régimen islámico. En el marco de la limpieza étnica que ha encarado el Estado sionista en Gaza y Cisjordania, y la escalada de la guerra por parte de gobierno de Israel y el imperialismo norteamericano contra los hutíes en Yemen, Hezbolá en Líbano y las milicias proiraníes en Irak y Siria, la consagración de Pezeshkian como nuevo presidente ha levantado interrogantes fundamentales. “Un giro que puede iniciar una nueva era en la política regional”, titula el columnista internacional de Clarín. Pezeshkian ganó la segunda vuelta con una diferencia de diez puntos sobre el segundo, Salid Jalili, del ala ‘conservadora’ del régimen. La perspectiva de un triunfo reformista elevó la participación electoral en un 15 por ciento. Pezeshkian obtuvo 16 millones de sufragios, Jalili 13 millones.
Pezeshkian, en efecto, ha planteado, al igual que sus predecesores reformistas, la necesidad de retomar el acuerdo nuclear que restringe la posibilidad de que Irán reúna las condiciones para dotarse de un arma atómica y la urgencia de obtener inversiones extranjeras para sacar a la economía del estancamiento y una inflación creciente. Pezeshkian no solamente enfrenta un Parlamento recontraopositor, pues sigue con su composición anterior a la muerte de Raisi, sino que las condiciones para ese ‘viraje’ han empeorado considerablemente. El acuerdo nuclear fue alcanzado bajo el gobierno de Obama y especialmente por Francia, que gozaba de ventajas petroleras para la compañía Total, asi como la participación de China y Rusia. Las sanciones económicas previas volvieron a escena con la denuncia del acuerdo por parte de Trump y la presión del Estado sionista. Biden mantuvo las sanciones. Con la guerra de la OTAN en Ucrania y con la decidida intención del sionismo de recolonizar Gaza y expulsar a los palestinos de Cisjordania, la posibilidad de un retorno al periodo de Obama es remota. China, de todos modos, preocupada por el abastecimiento de petróleo, logró acercar a Arabia Saudita a Irán, en el marco de una propuesta de acuerdo de paz entre la OTAN y Rusia con relación a Ucrania. Ha sido un revés para Israel, aunque el temor a un “colapso” del Estado sionista ha dado paso a una corriente de apoyo a esa perspectiva dentro del Estado sionista.
La elección de Pezeshkian ha dado nuevos bríos, aunque atemperados, a la expectativa de que en Irán se desarrolle una “revolución colorida”, como las que derribaron a los gobiernos prorrusos en distintas parte de Europa del Este, Ucrania y ahora en Georgia. Es que la situación social de las masas iraníes es desesperante, y ha dado lugar en el pasado reciente a grandes huelgas y rebeliones nacionales (de parte de la nacionalidad kurda, cuyos líderes en ese espacio orbitan en torno al imperialismo norteamericano). La represión de los ayatolás y la Guardia Revolucionaria ha sido feroz; esto explica también la ferocidad que se emplea contra el movimiento femenino, en una nación musulmana con una fuerte historia de laicismo y luchas antiimperialistas y revolucionarias.
Pezeshkian centró su campaña electoral en rechazar la “policía de la moral” que fuerza al uso público del velo a las mujeres – una forma de reforzar, mediante la demagogia clerical, la capacidad del estado para reprimir el descontento generalizado, las huelgas y la tendencia a una rebelión popular. El otro tema de campaña de Pezeshkian ha sido la lucha contra la corrupción. La cuestión de la corrupción toca una fibra política de primer orden, porque alude a los fondos que financian a la Guardia Revolucionaria y a las milicias que operan en el extranjero. Estas formaciones militares controlan empresas estatales y el Tesoro público. La lucha contra el imperialismo y el sionismo, sin embargo, como una tarea que apunta a justificar los aparatos militares dispendiosos, y la militarización, es endosada por el islamismo mesoriental y sus aliados progresistas en Europa, cuando de lo que realmente se trata es de poner fin a la injerencia del imperialismo y a la usurpación y segregación del sionismo por medio de una lucha de clases y una lucha nacional de masas de carácter revolucionario. La naturaleza relativamente progresiva del nacionalismo en el caso de una guerra contra el poder opresor, se convierte en reaccionaria al reforzar la opresión estatal y la represión, y la explotación social capitalista de los trabajadores. La carga de la militarización recae sobre los trabajadores. El impasse de esta política lleva al compromiso con el imperialismo, como lo reclama desde hace tiempo el ala ‘reformista’ del régimen islámico. Pezeshkian plantea, al fin de cuentas, un arreglo con las potencias de la OTAN, en medio de una guerra del imperialismo y del sionismo contra las masas de Medio Oriente.
La política de las “revoluciones de colores” (el desplazamiento de la ‘casta’ clerical por el ‘reformismo’ por medio de movilizaciones controladas) es, sin embargo, peligrosa para el imperialismo en el caso de Irán. No va a llevar al retorno del Sha sino a una revolución obrera en Asia Central.