Escribe Marcelo Ramal
La irrupción de la juventud en el escenario político.
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Javier Milei no tuvo demasiado tiempo para celebrar la victoria del veto sobre el financiamiento universitario. Apenas unas horas después de su ratificación por parte del Congreso, se iniciaba un reguero de ocupaciones de facultades que, en la noche del lunes, se acercaba a setenta casas de estudio en todo el país. Las tomas se resolvieron en asambleas masivas, en algunos casos, como no se recordaba en décadas en la universidad. El Gobierno vio en las tomas la oportunidad para el envío de patotas libertarias, como ocurrió en la Universidad de Quilmes o en Medicina de la UBA. Las asambleas estudiantiles repudiaron sin reservas a los liberfachos. Después del fracaso de esas provocaciones, Milei ha reclamado por X el desalojo policial de las casas de estudio.
Al blindar a su veto en el Congreso, el bloque político armado por Milei para sostener a su gobierno había pasado por una prueba importante. Quedaba demostrado que el gobierno de poder personal y decretazos podía seguir explotando la enorme disgregación de los bloques políticos a los que había derrotado en las elecciones del año pasado. Sobre esa base, volvieron a sumar los votos del macrismo, de algunos gobernadores pejotistas, de exfuncionarios del massismo y de diputados patagónicos ligados a la burocracia sindical petrolera. Con su pasividad, la burocracia de la CGT ha sido una pieza fundamental en el blindaje de los vetos jubilatorio y universitario. A cambio de esta complicidad, los Daer y Moyano negocian el rescate de sus obras sociales quebradas. En ese acuerdo antiobrero, no sólo se entregan salarios y derechos laborales, sino también la salud de los trabajadores. Es que lo que traman el Gobierno y los burócratas es la reducción de las prestaciones obligatorias de salud, como condición de cualquier rescate financiero del Estado a las obras sociales.
Detrás de los votos que blindaron el veto subyacen poderosas fracciones capitalistas, que rumian quejas con el programa económico, pero no sacan los pies del plato. La caída de los precios internacionales y el “peso fuerte” han menguado los ingresos de la oligarquía agraria, pero Caputo los ha compensado con la redituable bicicleta financiera promovida desde el Estado, a costa de un mayor parasitismo y de un aumento incesante de la deuda pública. El Gobierno celebra una "estabilización" financiera fundada sobre bases extremadamente precarias. Lo revela el propio blanqueo de capitales, que Caputo presenta como exitoso, pero que sus beneficiarios transforman en una puerta giratoria pues las dos terceras partes de los fondos que ingresan a cuentas declaradas vuelven a salir en cuestión de semanas.
En este escenario, irrumpieron las tomas de facultades en todo el país. Es cierto que las ocupaciones se dispararon como reacción al veto refrendado en el Congreso. Pero su extensión y masividad es un síntoma político de mayor alcance: como ha ocurrido en otras crisis nacionales, la irrupción de la juventud estudiantil es el anticipo de un viraje político. Las tomas no han alcanzado aún el carácter de una huelga universitaria -de hecho, en la mayoría de los casos conviven con el dictado de clases o exámenes-. No obstante, crean un clima de extraordinaria agitación política contra el Gobierno. A espaldas del movimiento de tomas, las burocracias sindicales de los docentes y no docentes universitarios han llamado a un paro aislado y dominguero para el 17 de octubre, un virtual cierre de las casas de estudio en el momento más álgido de las tomas.
La burocracia universitaria actúa a cuenta del Consejo de Rectores, que apuesta a que las ocupaciones se agoten al final de esta semana. Luego esperan negociar “en paz” las migajas del presupuesto 2025 en el Congreso. Después de haber convertido al reclamo universitario en un trámite parlamentario, con resultados frustrantes, la oposición parlamentaria quiere depositar la lucha de los claustros en manos del Congreso impotente, o -peor aún- de los próximos comicios. Esta línea de desarticulación de las ocupaciones es militada fervientemente por el kirchnerismo “desde arriba”. En medio del estallido de las tomas, Máximo K señaló que “la forma de derrotar los vetos es prepararse para las elecciones de 2025”.
En cualquier caso, las ocupaciones masivas de facultades ponen de manifiesto un extraordinario despertar político de las nuevas generaciones, que no puede ni debe ser condicionado solamente al pliego reivindicativo de la universidad. La juventud que ha participado de asambleas masivas es sólo la punta del ovillo de una situación social intolerable que recorre a sus familias y que no debuta con el gobierno de Milei. En esas condiciones, las ocupaciones son un gran escenario para el desarrollo de una agitación política socialista, que asocie la crisis de la universidad a la declinación general de un régimen social que debe ser abolido. En oposición a esa orientación, el kirchnerismo y el FITU salen a reivindicar a la universidad presente como el camino para una “movilidad social ascendente”, como si los estudios superiores pudieran remontar la tendencia general del capitalismo a la proletarización de las capas medias y a la descalificación general del trabajo. Por sobre todas las cosas, la lucha universitaria -y la defensa de las conquistas educativas o democráticas que subsisten en una universidad también degradada- debe servir de palanca para una lucha contra el Gobierno y el Estado capitalista y para una transformación de carácter socialista.
La lucha salarial de las universidades, golpeada por la política desgastante de los paros aislados, ha recibido un nuevo impulso con las tomas masivas. Su porvenir depende de asociar la lucha al método planteado por las tomas -la huelga activa y la preparación de una nueva marcha masiva a Plaza de Mayo-. En esa perspectiva, apoyamos fervientemente a las ocupaciones en curso.